El alza del huevo espanta a los ángeles. Bien es cierto que el huevo, o güevo, está por las nubes de tal manera que acosa a los ángeles que asexuales también tienen su corazoncito. Y cierto también que los güevos así tan abajo son tan caros en la Tierra como en el cielo.
Los güevos han puesto a parir de más a las gallinas y cacaraquear un güevo en la actualidad cuesta una gran pujada. El monopolio de los güevos los tienen los productores de Jalisco y Nuevo León que ponen todos los güevos en una canasta. A los güevos en el rancho le llaman “blanquillos”. Y hay güevos de patio sonrosados que saben muy a güevo y siempre se antojan.
Los güevos de granja son muy quebradizos y el sabor es muy escuálido. No hay como una clara de rancho y una yema no se diga. Los güevos en cartón son más caros que los güevos de a kilo, aunque los güevos acartonados no soplan mucho y los güevos de a kilo, pesaditos son de mucho pegue.
Los güevos saltan a la vista y atraen a las comensales de ambos sexos o sexos dobles. Unos buenos güevos a la plancha valen oro. Y unos güevos duros les sobra nalga. Los güevos son el triunfo de la constitución humana. Un hombre sin güevos no vale un cacahuate y si lo vale es un cacahuate frío.
Los güevos siempre han sido una mercancía de primer orden, de necesidad imperiosa. Unos güevos tibios en Noche de Bodas ya valió chiches de gallina.
Nomás no. Unos güevos orgullosos y bien ponderados son güevos que van a gozar hasta los cuernos de la luna.
El alza del güevo espanta hasta a los ángeles poco acostumbrados a tan semejante ovoide. Los güevos están cada día más altos, o más bien, cada día más caros. Como decía mi Pancho Rosales; “Güevos en esta casa nunca faltan”. El país necesita de muchos güevos para seguir adelante.