Los pájaros han tendido sus cantos sobre la alfombra verde y las copas de los árboles. Son las voces de primavera en los picos tiernos de los pájaros.
Los pájaros cubiertos de colores empalmados de ojos que se mueven en los cristales del sol que ha clavado sus uñas de fuego a nuestros ojos y en las testas voladas por el calor. Es la primavera el mes que el indio de Guelatao marcó la fertilidad de su inteligencia y su templanza de héroe de América. La primavera que está aquí, con sus mareadas de color y las bocanadas de flores que empiezan abrirse con sus trenzas de frutos. El olor a naranja cucha, los mangos que sonríen de narices amarillas y las guayabas que pelotean con las mariposas. Primavera en Victoria, porque sus lauros de alegría cobijan a los niños y a las niñas que en sus tabletas descifran las nuevas tareas y la ficción de un mundo que parece real, que parece irreal.
Lejanos estamos de nuestras vivencias de niños en que nuestros juegos ilusionados con un bote y un hilo, con baleros de madera y los yoyos brincando ante nuestros ojos.
El reloj era el de Dick Traicy, un reloj que se comunicaba al pornis, o sea, era un ilusión, los niños de hoy viven la primavera, una primavera distinta pero llena de color. Son otros tiempos donde la tecnología lleva a los niños a un futuro muy rápido y emocionante.
Pero los sueños son los mismos, o al menos parecen serlo: los anhelos de vivir mejor, de buscar en las telarañas de la delincuencia y la inseguridad la esperanza, la esperanza de soñar y de jugar en nuevo mundo.
