Pero las buenas siempre son buenas, sobre todo cuando caminan y se mueven entre nuestros ojos. Pero las malas, esas que un poeta escribió que tienen la ventaja «de ir a todas partes», casi siempre son socorridas por la buena ventura. «Las buenas» van al Paraíso, y dice el poeta que pueden estar aburridas.
Pero quiero referirme a las noticias buenas que son ligeras, no tienen alma, y no causan emoción. Se dice una noticia buena y solamente es un suspiro, porque al día siguiente ya se olvidó. Y es que los políticos ignoran que la gente ya no cree en nada. La buena noticia entra por un lado y sale por otro. La mala noticia se queda engrapada, como una garrapata sudorosa y una comezón sociable.
En estos tiempos del internet ya nadie ni nada puede permanecer oculto. La fama puede desarrollarse en segundos, en minutos y permanecer anclada en las mentes de los mexicanos. La buena fama es un acto de gracia. Una gratitud de las redes sociales. La mala fama es una desgracia que corre por las venas del internet hasta llegar al clímax y la destrucción de mitos.
Por eso es imposible que las buenas noticias lleguen a los corazones y a la mente de los mexicanos, porque las malas noticias son tan poderosas que no pueden ser ocultadas ante las mentiras de los políticos costumbristas.
Entre las buenas noticias hay un marco de corrupción, entre las malas noticias otro. Los ciudadanos comunes no creen, no pueden creer en las buenas noticias porque son tan fugaces como su origen.
La generosidad desde las manos de los poderosos es costosa. La generosidad puede ser tan costosa como lo que pretende combatir; los males de la pobreza. Así la riqueza es un bien de los malvados y la pobreza es un bien de los desposeídos. Quien alarga la mano para dar tiene un alto costo para los que reciben las dádivas.
Molesta a muchos esto, pero somos un país Kafkiano. De lo cotidiano, de lo impredecible. De verdades y mentiras a medias.




