¿Cómo se puede definir a un funcionario público?
Sin caer en rebuscamientos enciclopédicos ni explicaciones con tintes doctorales, me parece que desde una visión llana, se podría decir que sencillamente es un empleado de algún orden de gobierno, al margen de jerarquías de organigramas o de su nivel de ingresos.
En lo demás, siempre desde esa óptica sin rodeos, no existe diferencia con otros trabajadores, salvo el ámbito en que se desenvuelve. Tiene como usted y su servidor, familia, pasatiempos, cualidades, defectos, gusta de algún deporte, padece alguna enfermedad, disfruta una película, posiblemente sea guadalupano y en caso de ser varón hasta podría disfrutar –como dicen los argentinos– de una “Susanita” o en caso de ser dama, de un “amigovio”.
Es igual, todo lo indica, que cualquiera de nosotros.
¿Por qué demonios entonces tiene que comportarse como un santo, beato o un monje asceta, que debe purificar su espíritu a través de la negación de los placeres materiales?
Ese perfil parece ser, de acuerdo a la opinión de un montón de mentes acomplejadas, el destino manifiesto de un funcionario gubernamental. Para esas personas, un alto empleado de ese círculo no tiene derecho a tener una holgada cuenta bancaria aunque tenga veinte o treinta años de laborar con un buen sueldo: no tiene derecho a tener más de una casa; sus hijos o esposa no tienen derecho a ir a un “mall”; no tiene derecho a comprar un reloj fino; no tiene derecho a ir de vacaciones a un hotel de cinco estrellas; no tiene derecho a conducir un automóvil que no sea un Tsuru o un Spark. Vamos, no tiene derecho a ser humano, porque para no disfrutar de ninguno de esos beneficios, debe ser un extraterrestre.
El cielo asista a esos hombres y mujeres. Ahora resulta que para ser un servidor público se debe ser un clon de Gandhi. Las redes sociales, junto con una ristra de sedicentes periodistas y políticos que se auto definen como de izquierda, se arrogan el papel de conciencias sociales cuando viven como reyes gracias a varios de esos funcionarios y han tomado como deporte y mercancía de cambio los ataques, persecusiones y hostigamientos a los funcionarios gubernamentales, porque han convertido en un delito que un empleado de ese tipo tenga acceso a las ventajas que les da su trabajo.
Y lo peor es lo que sucede cuando ese funcionario se atreve a comprar una casa que no es de interés social, un buen automóvil o a vacacionar en Las Vegas.
Para esa cauda de mentes retorcidas, ese funcionario es un ladrón. Por lo menos eso es lo que nos venden a los ciudadanos en los mensajes partidistas para tratar de ganar el voto en el actual proceso electoral.
México es un bendito país. De otra manera no sé cómo soporta tantas maldiciones…
¿ARREPENTIDOS?
Mal la están pasando los candidatos priistas a diputados federales que le aplicaron la ley del hielo a Baltazar Hinojosa Ochoa, cuando les ofreció apoyo para sus respectivas campañas. Todos le entregaron su desconfianza como respuesta y hasta hubo quienes lo vieron como enemigo político, a pesar de tener el mismo establo partidista. Para qué le digo nombres.
Ahora, con Baltazar como responsable de uno de los tres puestos clave del Comité Ejecutivo Nacional del PRI –Secretario de Organización– esos mismos candidatos se las están viendo negras para tragarse su orgullo y encontrar la manera de justificar su desprecio.
Como acostumbra decir Carlos Salinas de Gortari: El tiempo pone a cada quien en su lugar…
Twitter: @LABERINTOS_HOY