Cuando adolescente –hace más años de los que quisiera– la lectura de un artículo de la revista Selecciones me dejó una impresión que permanece viva hasta los días presentes.
Se titulaba “El Efecto Zimmerman”. Quien lo escribió narraba el caso real de un niño con ese apellido, compañero de escuela, al cual todos parecían tener fobia, pese a que era un alumno solidario, generoso y colaborador con los demás, al cual casi nadie resistía la tentación de infligirle un daño físico o verbal, aunque la víctima se esforzaba por ser agradable. Era una especie de imán para atraer como dicen ahora, “malas vibras”.
Ese efecto, bastantes años después, ha reaparecido. No en el caso de un escolapio, sino de todo un Estado. El nuestro, para no ir lejos.
Acabo de leer un artículo de la revista Proceso donde de nueva cuenta se equipara a Tamaulipas con una sucursal del infierno. Cita la publicación para sustentar el tema, los casos recientes de violencia registrados en Reynosa y Tampico, los cuales para ese medio bastaron para definir a nuestra geografía como “tierra del narco”.
No pretendo tapar el sol con un dedo ni soy practicante de la táctica del avestruz para no ver los problemas. Junto con todos los tamaulipecos, conozco muy bien el conflicto que en ese terreno vive nuestra patria chica y de manera alguna me atrevo a negarlo. Es sin duda, una tragedia.
¿Pero lo que sucede en Tamaulipas es suficiente para adjudicarle una definición como la aplicada por la revista Proceso?
Las comparaciones, dicen, son odiosas, pero resultan muy aleccionadoras.
Hasta ahora, gracias a Dios, nuestro Estado no ha sido escenario de la toma de pueblos enteros por algún grupo criminal, no hay regiones vedadas, no se ha registrado un hecho atroz como la emboscada a un convoy donde murieron 15 policías federales, no han secuestrado y asesinado –así parece– a 43 estudiantes, no existe un vacío de poder que obligue a un relevo estatal, todos los municipios tamaulipecos son gobernados por un alcalde en funciones, ninguna empresa ha cerrado sus puertas por la inseguridad, ningún estado ha captado, fuera del Estado de México o Nuevo León, una enorme inversión extranjera en el sector industrial. ¿Tengo que proseguir con más ejemplos de esa naturaleza?.
Así las cosas, sólo a la luz de aquel “Efecto Zimmerman” mencionado, entiendo el acoso mediático nacional contra Tamaulipas y el ahínco que aplican varios partidos políticos en la tarea de denostarlo y hacerlo aparecer como un cruento desierto legal, cuando existen muchas latitudes en el país en donde el clima de violencia y terror es mucho mayor al que padecemos los residentes de este solar estatal.
Tal y como sucedía con aquel chico Zimmerman, Tamaulipas, entendido como gobierno estatal, como alcaldías, como sociedad, ha hecho todo lo que ha podido para demostrar a propios y extraños que sigue siendo una tierra de leyes. Sus ciudadanos y sus familias, usted, su vecino, su compañero de trabajo, su servidor, hemos hecho y seguimos haciendo lo que está en nuestras manos para brindar una imagen de nuestro Estado de valores, de trabajo y de honradez en la inmensa mayoría de quienes lo poblamos. A cambio, en lugar de solidaridad y apoyo, recibimos allende nuestras fronteras el desdén y un maltrato contumaz.
Ciertamente padecemos una crisis en seguridad. Nadie lo niega y quien lo haga no es sólo un ignorante sino también un estúpido. Pero igual ignorancia e igual estupidez muestran quienes se empeñan en focalizar a Tamaulipas como el único polo de todos los males, cerrando los ojos a una realidad nacional.
Caray, señores, si no quieren trabajar por nuestro Estado, pues bien podrían no estorbar…
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