Mercedes, Texas.- Las tamaulipecas Josefina, Esmeralda, Jamil y Oralia no solo llevan la misma sangre en las venas sino que comparten el mismo anhelo: regularizar su situación migratoria en Estados Unidos para buscar un futuro mejor. Oralia es la madre de Jamil, abuela de Esmeralda y bisabuela de Josefina, llegó a México hace muchísimos años. Buscaba superarse y emprendió el viaje al Norte dejando atrás al Tampico del siglo pasado.
Con melancolía, Oralia recuerda como se paseaba por la plaza principal los domingos, caminaba despacio por sus verdes veredas, quería divertirse. Tenía sus razones para ir a esa plaza frente al Hotel Inglaterra, y beberse un agua de frutas de “El Globito”, era una de ellas.
Pero supo que allá no podía seguir así que llegó al Valle de Texas dejando atrás sus hijos, entre ellos Jamil.
Hace 13 años, un 5 de agosto, Jamil a llegó a Reynosa y decidio que ese era el día que había estado esperando; cruzó nadando el Río Bravo, sus hijos -entre ellos Esmeraldase apoyaron en cámaras de llantas de vehículos.
Desde entonces, están aquí. De sobra saben que aquí la vida no es fácil. Saben lo que es vivir entre la zozobra y la injusticia, entre la angustia y la esperanza.
“Los patrones abusan de uno… hay unos que ni agua nos dan, yo trabajé con una señora en una casa y cuando planchaba tenía que echarle un chorro de agua a la plancha y otro yo, para hacerla porque ni agua me daban”, recuerda.
“Uno viene aquí a trabajar para mejorar; hace su mejor esfuerzo para estar bien aqui pero sales a la calle y no sabes… si te para el policía y le hablan a Migración te avientan para el otro lado (México)”, dice Jamil.
Salir de su casa para ir a trabajar es un tormento todos los días, no por el trabajo, sino por la angustia de vivir “a salto de mata” sabiendo que en cualquier momento su condición de inmigrante ilegal podría valerle el regreso a México y allá, no quería volver.
La misma angustia comparte su hija Esmeralda que llegó cruzando el río Bravo en aquella cámara de llanta siendo una niña. Ahora es madre de Josefina.
Esmeralda necesita trabajar para ayudar al padre de su hija pero no puede.
“Quiero trabajar para sacar adelante a mis hijos”, dice que tanto ella como su madre y abuela tienen su atención puesta en la reforma a las leyes de inmigración de este país.
“Que haya igualdad para los que vienen de México y los que ya están de aquí”, propone.
“Que pueda trabajar para que me compre mi gameboy (uno de esos aparatitos electrónicos con los que los niños de ahora se entretienen), dice Josefina una niña tan dulce como inquieta de grandes ojos negros.
Josefina, Esmeralda, Jamil y Oralia, participaron en una manifestación a favor de la reforma migratoria en semanas pasadas.
Vestidas con una camiseta roji-negra, las cuatro mujeres se esfuerzan cada quien desde su trinchera por alcanzar su sueño de ver regularizada su situación migratoria para ir y venir por donde sea, tranquilamente.
Y vivir sin angustia y sin el miedo de que, de un momento a otro en un retén, de esos que se han puesto de moda en el Valle de Texas, un policía les pida sus papeles y por no tenerlos las regresen a su país.