1.- La maestra Amira nos recibía en la puerta del salón. Lucía bellísima, con la regla por un lado. Vestía de luto porque su madre había fallecido. Lucía en verdad linda con su tez blanca y su pelo suelto o recortado. Como todas las Terán, sus ojos, bajos y su ceño contraído. La maestra Amira nos cautivaba con su carácter impositivo y su belleza, tal vez tendría 21 años, cuando joven profesora ingresara a la Escuela Epigmenio García. Nos gustaba tocarle sus manos, yo las acariciaba y en verdad que estaba enamorado de ella. Nos enseñó las primeras letras en la forma de letras recortadas y después en frases. Cada letra representaba un sonido, y a su lado, un dibujo de un animal que lo emitía.
Siempre pulcra, la maestra Amira gustaba de pellizcarnos y guantearnos, o en otras ocasiones nos agarraba del pelo y nos remolineaba a placer. Pero lo hacía con cariño y a nosotros nos gustaba. Fue la maestra de las primeras letras, un encanto de mujer que aún vive en nuestro corazón.
2.- La maestra Lala, Estanislado López Anaya, fue nuestra maestra de segundo año. Delgada, bajita de estatura era una alegría su clase por el cuidado en dirigirla. La maestra Lala fue la que descubrió mis habilidades hacia el dibujo porque era yo el que dibujaba al pizarrón las Carabelas de Cristóbal Colón. Las pintaba con gises de colores y permanecían allí por unos días para después borrarlas. Nos enseñó Matemáticas, y por aquel tiempo sin saberlo dominaba mi lado izquierdo del cerebro, el lógico. Pero más tarde abandoné mi presión para darle más cuerda al lado derecho de mi coco que era el artístico, pero también del juego.
Fue una linda maestra, preocupada por nuestra salud, preocupada por nuestro estudio, preocupada por nuestra condición de pobreza. Atenta a la vida familiar de todos los alumnos, y cuando algún compañero no asistía a clase, enviaba a uno de sus discípulos a preguntar por él. Nos regañaba con cariño.
Las dos maestras, Amira y Lala, son mis profesoras más queridas. Aún viven y ya rebasan los 90 años de edad.
A la maestra Lala la visito sólo cuando hay muchos mangos en su florido patio. A la maestra Amira de tiempo atrás ya no la he visto. Creo que está bien de salud. Ayer no escribí de ellas, pero mucho de lo que ahora soy, es por ellas.