Una restregada con albahaca y piedra lumbre como lo hacía mi madre para curarnos de los espantos de la vida diaria.
La restregada por todo el cuerpo entre rezos y oraciones inaudibles que caía sobre nuestro cuerpo como golpes de ánimo. El ramo de albahaca recorría entre palmares el cuerpo y golpear tres veces en la cabeza para proseguir sobre el pecho, donde mamá, a oreja pegada nos llamaba “Vente Alejandro no te quedes”, siete veces y siete veces respondimos, “allí voy”.
Restregar tiene algo de magia sincrónica que cumplía las funciones terapéuticas en la inocencia.
La piedra lumbre era lo impredecible, las formas amorfas que representaban al someterse al calor. Allí se escondan los fantasmas, los miedos, las melancolías que enroscadas en la piedra carbonizaba alentaban nuestra imaginación.
Era la magia de lo cotidiano, los sobresaltos contra el mal de ojo, el mal agüero, por mirar y ser mirado, por los que nos echaban su vista pesada para enloquecernos al momento. El sincretismo religioso en la cultura popular, en la medicina mágica que suplía a los doctores. Ruda para los oídos, hojas de guayaba para los intestinos, albahaca para la frente y la sien, mariguana con alcohol para lidiar con el dolor.
Pero sobre todo la Fe, la entrañable fe en Dios y sus causas divinas, el acontecimiento del amar, de la familia, de las querencia entre los embrujos de la existencia. A veces nos hace falta una restregada como lo hacía mi madre. Los italianos usan la palabra “strega” para nombrar a las brujas. “Restregar” es un encanto.