Es un dato que es conocido hasta el hartazgo.
El alimento básico de los mexicanos es la tortilla y por consecuencia, los derivados del maíz. Junto a él, camina el pan, otro de los “salvavidas” a los cuales se aferra la población de escasos recursos económicos para sobrevivir en los nutrientes indispensables.
Por eso, no entiendo la decisión de gravar con el Impuesto al Valor Agregado la comida ícono de la mayoría de nosotros. En ese paquete van las “gorditas”, los tacos, los sopes, las quesadillas y todos los consumibles generados por el maíz, así como toda la cauda de alimentos que se desprenden den trigo. Incluya en estos a nuestras amadas tortas, que compiten en preferencia con la tortilla.
Bueno, pues a partir del primero de julio, todos sufrirán un aumento en su precio del 16 por ciento. Y no es ninguna trivialidad.
Conforme a las cifras del trabajo que publica este día Expreso, ese aumento significará sacar del bolsillo de los consumidores tamaulipecos más de 2 mil millones de pesos en sólo un año. Puede imaginar entonces los ingresos que recibirá la Secretaría de Hacienda en todo el país. Por el ángulo que usted quiera verlo, es un golpe brutal.
Vamos a un ejemplo cercano para todos para tratar de valorar el impacto en la economía familiar.
Tome usted como modelo una familia promedio. Los padres y tres hijos, si bien les va y permítame aventurar un escenario doméstico posible, a la luz de la sencilla aritmética y sin pretensiones de análisis. Si sufro una equivocación, sólo puedo ofrecer una disculpa.
Cada niño o jovencito, puede consumir al ir a la escuela en una estimación austera por semana, una torta un día, tres gorditas en otro, tres tacos al día siguiente, un sandwich o emparedado en otra mañana o tarde y tal vez tres quesadillas en la última jornada escolar. Para qué le hablo de papitas o alguna fritura o golosina.
Todo eso, oscila, a precios desplomados de una cooperativa, entre 70 y 80 pesos, sin contar el refresco. Multiplíquelo por tres, que es el número de pequeños y obtendrá un gasto semanal entre 210 y 240 pesos.
Ahora veamos al padre de familia que trabaja y que tiene que comer en alguna tienda o minisúper, con un gasto similar a cada uno de sus hijos. Si la madre también labora, pues añádale otro tanto. “Bajita la mano”, 160 pesos entre los dos, lo cual eleva el gasto de la familia por desayunar o comer fuera de casa –las dos cosas les es imposible– a aproximadamente 400 pesos por semana. Ahora, sume a esa cifra el 16 por ciento del IVA. Más o menos 64 pesos.
Lo anterior significa que esa familia deberá destinar por lo menos un salario mínimo de su semana laboral, sólo para pagar ese impuesto. Y en muchos casos quizás más. Habrá a quienes les parezca poco, pero para quien percibe de 700 a 800 pesos cada siete días como ingreso pagar ese excedente es un verdadero problema.
Así que insisto en que no entiendo cuál es el criterio de las autoridades fiscales para aplicar el aumento más lesivo de los últimos 20 años a la comida popular y exprimir precisamente a quienes menos tienen, principales consumidores de ese tipo de alimentos.
Y como dice Catón:
Ya no escribo más de esto porque ya me estoy “encaboronando”…
MODELO
El perfil tamaulipeco en materia de salud, sustentado en hacer de la prevención la mejor receta para fortalecer ese servicio, sirve de ejemplo en el plano nacional. Precisamente en la décima edición del Consejo Nacional en la materia que se lleva a cabo en Morelia, el titular del área en el Estado, Norberto Treviño García Manzo, Consejero Nacional de esa institución, ha puesto sobre la mesa los avances que la entidad cosecha para proteger a los tamaulipecos.
En el evento, presidido por la secretaria federal, Mercedes Juan López, los avances alcanzados por nuestra patria chica han merecido reconocimientos y seguimiento de otras geografías del país. Bien por nuestro Estado.
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