Es domingo y como tal, nuevamente me permitiré mandar al cuerno a la política y regodearme en la vida cotidiana. Una disculpa a los que gustan de leer sobre política y una más a los muy pocos que con esa preferencia, se atreven a leer lo que escribo.
Este día se celebra a una figura que aquí y en el resto del mundo, ha sido, es y con certeza será, ave de las tempestades.
Me refiero al Abogado. Así, con mayúscula en el inicio, como si fuera un nombre propio, en una distinción que esa profesión se ha ganado caminando en terrenos pantanosos, repletos de riesgos, saturados de críticas y señalamientos y casi nunca adornados con reconocimientos u homenajes.
En lo personal, me precio de contar con numerosos amigos y amigas que eligieron como profesión el estudio y aplicación del Derecho. Son ellos y ellas, como el resto de quienes me han honrado con elegirme para integrarme en el clan de la amistad, un motivo de orgullo para este servidor.
Los recovecos de la vida me alejaron de esa carrera. No me arrepiento de la que decidí tomar –Administración– porque de ese giro se ha desprendido un caudal de experiencias que enriquecieron mi espíritu y valores, pero no puedo evitar caer de nueva cuenta en una reflexión, si así se le puede llamar:
Me hubiera gustado ser abogado.
Difícilmente puedo encontrar otro terreno profesional en donde confluya la necesidad de una cultura rayana en la erudición, de una sensibilidad mezcla de santo y demonio, de una visión más plural que la presumida por el circense Congreso de la Unión, de una paciencia bíblica, de una duplicidad vocacional que lo puede hacer un día un bienhechor social y al siguiente un maldito manipulador, de conocer la naturaleza humana mejor que un experto sicólogo y de ser un eficaz consejero tanto para acercarse a Dios como para arrimarse al Diablo.
Sí, me hubiera gustado ser abogado.
Pero ¿sabe usted? tengo un consuelo. No me siento distante de esa actividad singular.
Caray, sucede que trabajo en el periodismo. Y sucede también que es lo más parecido a la abogacía.
Sólo lance un vistazo a la somera descripción que cité líneas arriba de esos juristas. Ni una sola frase expuesta sobre los abogados es ajena a laborar en un medio de comunicación. Todo lo malo y todo lo bueno de ambas parcelas profesionales es compartido hasta en las migajas. Verdades y mentiras se entretejen en los dos campos, escuchamos ambos alabanzas e insultos, somos amados, repudiados y sólo hasta en la muerte, honrados; caminamos de la mano presuntos sabios y perfectos ignorantes, llevamos como marca al rojo vivo la definición de males necesarios y los dos, abogados y periodistas, nos sentimos bordados a mano.
Hombre, ¿Cómo no voy a querer a los abogados?…
¡AUXILIO!
Otro tema que para muchos es trivial y para otros tantos un motivo justificado para hacer un recordatorio maternal, es la depredación que perpetra la Comisión de Agua Potable y Alcantarillado. No es privativo de Victoria, pero aquí vivimos y aquí sufrimos los estragos de la parte de tragedia que nos corresponde.
Por favor, que alguien haga algo para evitar que la ciudad sume a los prolíficos baches que sufre, la “siembra” de hoyancos que deja la COMAPA cada vez que repara una línea de agua o drenaje.
Me voy a ver egoísta, pero por lo menos el que acaban de “crear” en la calle Berriozábal, entre el 29 y 30…
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