Mejor mirar el mundo, las cosas, el paisaje, las personas que cruzan por la ciudad soplando a sus sueños. Mejor asomarse a la ventana para mirar a los paseantes, a los furtivos amantes, a los perros callejeros, a los niños jugando a la pelota. Es mejor reír un poco en este otoño lejano, tal vez es mejor que la primavera se alargue con sus chiflidos de pájaros y sus caireles de frutos en el verde de los árboles.
Creo, y estoy seguro, que es mejor sentarnos a un lado de la nostalgia contemplando sus senos caídos y sus mejillas sonrojadas con el polvo de los días perdidos.
Porque es mejor estar jugando con el celular porque no tenemos alternativas para soñar con libertad. Ninguna otra cosa que hacer en este abandono de ideas ante lo increíble de lo creíble. Nos sentimos como el regreso de Franks Kafka en sus laberintos sin salidas, en sus procesos sin saber dónde terminan. Volver a mirar al gran Houndini en sus asombrosas pero ahora infantiles escapatorias. Estamos ante los revoltijos de la historia extraordinarias de Édgar Allan Poe.
Pero mejor peinar tranquilamente nuestras canas al aire y no arriesgar en canas verdes. Mejor soplar globos de jabón que aterrizan hechos trizas.
Nuestra capacidad de asombro ha sido vencida, comenzamos un nuevo cuento en las intrincadas paredes de lo insólito.
El héroe ha regresado en los laberintos de la tierra, un topo que desafía a la justicia como una celebración de la audacia y la inteligencia.
Mejor, soñar un poco, dejarnos peinar por este viento cálido, fresco, del cuento chino de nunca acabar.