16 diciembre, 2025

16 diciembre, 2025

Laberintos del poder

“Por esos cinco inocentes…”

Laberintos del poder

El conflicto magisterial que ahora aqueja a nuestro Estado tiene muchas aristas y variados puntos de vista. Como reza una conseja popular: Cada uno, según el color del cristal con el que se mira.

Yo prefiero verlo, sin ánimo de interpretaciones retorcidas, color rosa.

Esa romántica definición de matices obedece a una sola razón, Hoy es domingo y si Dios eligió a este día para descansar, no sé por qué rayos no lo puede hacer también su servidor para no marearme con las politiquerías, maniobras maquilladas y falsos redentores, que por desgracia para los auténticos maestros, pueblan en forma generosa el “movimiento” docente.

¿Por qué color rosa?

Porque en lugar de las truculencias mencionadas, prefiero, en medio de ese enredado laberinto en teoría académico, recordar a los profesores que tuve en suerte –bendita suerte– de tener en mis días de escolapio irresponsable.

Debo confesarlo: No tuve sólo maestros y maestras. Tuve también en esas aulas, otros padres y otras madres, igualmente estrictos como los propios, pero también igualmente afectuosos y preocupados por esa alegre turba de mocosos que les robaban parte de su vida y estoy seguro que también, parte de su sueño.

Han pasado muchos años, más de los que desearía, pero a la luz del tiempo no recuerdo haber padecido el incumplimiento de alguno de ellos a sus labores. Nada ni nadie parecía tener poder para no asistir a su escuela y enfrentar sus responsabilidades.
Su vocación parecía vencer cualquier obstáculo. Hasta a la edad, como lo demostraba Juanita Losada Prieto, la directora de mi vieja escuela “La Esperanza”, en el puerto de Veracruz. Con 80 años a cuestas nunca le escuché quejarse de su trabajo y menos aún aceptar que debía retirarse.

Al lado de ella estaban, de mayor a menor, sus dos hermanas. Francisca y Concepción, también profesoras. Esta última, Conchita le decíamos, era la “chava” del clan familiar con “sólo” 60 años, los cuales portaba con una alegría contagiosa que en verdad la hacía verse más joven.

Entre todos esos profesores, en especial guardo el mejor de mis recuerdos y el mayor de mis reconocimientos a uno de ellos. Lamberto Betancourt Avilés.

Fue mi mentor los tres últimos años de la primaria y fue también un personaje que admiré y admiraré hasta el último día. Erudito hasta el fastidio y la esencia de la pulcritud, no tenía automóvil como la inmensa mayoría de los maestros de antaño, pero eso no le impedía ir de lunes a viernes desde Boca del Río donde residía, hasta el primer cuadro del puerto jarocho –a dos cuadras de la iglesia La Parroquia– donde todavía hoy resiste el añoso edificio de la escuela. Quien escribe vivía a sólo tres cuadras de la misma y aun así buscaba día tras un día un pretexto para faltar a clases.

No sé si todavía existan esa clase de profesores. Quiero pensar que en Tamaulipas es así, porque con sólo un puñado de ellos que conservaran ese espíritu, la enseñanza pública del Estado estaría salvada.

Y quiero pensar de esa manera, porque no quiero ver reflejada en el sindicato magisterial del presente, la parábola bíblica en la cual Abraham le pregunta a Dios si destruiría a Sodoma y Gomorra en caso de haber cinco inocentes en ellas. “Por esos cinco inocentes”, respondió El Señor, “las perdonaría”.

Deseo así, que por lo menos haya cinco inocentes en el sindicato magisterial, para evitar que las ambiciones, la soberbia y la irresponsabilidad que hoy son su perfil, hagan pedazos a ese gremio y junto con él, al trabajo de millones de maestros que dieron su vida por educarnos…

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