Duele la ausencia, cuando en el espacio de la casa ya no se mueve la imagen querida y en cada trazo del hogar hay una palabra callada. Dibujamos la ausencia en la memoria del corazón cuando nos hace falta una bendición, una palabra buena, una caricia en la frente. Cuando falta mamá nos quedamos con los recuerdos, con las alegrías y tristeza perdidas. Nos quedamos callados, hablando en primera persona, contando a los hermanos las anécdotas de mamá. Jugamos con sus palabras, con sus ironías, con la filosofía de amor que tienen todas las mamás.
Cuando llegamos a casa y no vemos el rostro de nuestra madre nos llega el suspiro de la palabra ausente, de las buenas noches, por la señal de la Santa Cruz que acompañó siempre a los días de viaje, a las noches de insomnio, a los enojos de niños.
No está mamá, y en el velo de la tarde, cuando la capa de sueños se acomoda en la recámara, cuando el buró, el tocador, la mesa de cocina con las antiguas voces en el silencio de las horas.
La mamá que acaricia a las hojas y flores, que platica con ellas suavizando sus pétalos bajo la brisa de la mañana, cuando el sol apunta con sus lápices de luz los colores de un nuevo día. Los cantos en el jardín, en la cocina, en la mesa de comer convertida en bullicio, bromas y peleas.
Cuando no está mamá en casa se terminaron los cuentos, las historias inventadas, las espantos nocturnos a la vuelta del juego. En las rondas por la calle, en los gritos y alegrías, en los pleitos con nuestros amigos, en el llamado a cenar siempre recordamos a mamá.
Tal vez en estos tiempos de miedo y angustia, de mentiras e inseguridad reflejada en las calles nos haga pensar en la necesidad del respeto, las bendiciones que acompañaron a las voces de mamá.
Cuando falta mamá, la ausencia nos duele. Recordamos sus palabras, sus afectos, sus voces para el orden y la preciosa Fe de querernos, amarnos y respetarnos. Hemos perdido en el espacio de la casa, el aire que respiramos de amor.
