12 diciembre, 2025

12 diciembre, 2025

Laberintos del poder

Que alguien me explique

Laberintos del poder

A ver, a ver, que alguien me explique por favor.

Ayer, el Congreso Local resaltó la importancia de la Ley de Protección a los Animales, expedida en el Estado. No se requieren grandes luces para saber cuál es su objetivo. Basta leer el nombre de este ordenamiento.

Al margen de las bondades de esta normatividad, con la cual coincido totalmente, me llama la atención el listado oficial de actos punitivos que se pretenden evitar contra las diversas especies de la fauna.

En esos propósitos destacan los siguientes:

Evitar hechos que generen en los animales, estrés, ansiedad, temor o sufrimiento, ya sean por acción, omisión o negligencia. Las personas que no acaten esta disposición serán sancionados con arrestos de 36 horas, así como el pago de una multa que oscila entre mil y dos mil 500 días de salario.

Lo anterior es digno de aplauso, si no fuera porque esta Ley tiene un destinatario manifiesto: los circos.

Junto con ellos, como un mero apéndice, casi de relleno, se habla en forma colateral de sanciones para quienes maltraten a mascotas de hogar, a las cuales con ese tratamiento tácitamente se les endosa la etiqueta de parientes pobres de las especies circences.

Y es aquí donde requiero de una explicación.

No puedo imaginar a alguien que no esté de acuerdo en procurar una vida digna a los animales, sea cual sea su especie. Sería una aberración rechazar una ley que salvaguarde la integridad y hasta la vida de esos seres.

Pero si el objetivo es, como se asienta en el inicio de este escrito, evitar acciones que dañen de alguna manera a los animales, ¿por qué diablos sólo son los circos el blanco de estas disposiciones?

Sé que voy a volver a atraer las iras de los amantes de la tauromaquia, pero esos abusos calificados como horrendos que en muchas ocasiones se cometían en los circos contra leones, camellos, elefantes, simios y otras especies conocidas en esos ámbitos, son los mismos y quizás peores, que los registrados contra los toros en cualquier corrida de la llamada fiesta brava.

¿Puede alguien siquiera pensar que un astado martirizado con punzantes banderillas en su lomo, con una filosa lanza en el inicio de su espinazo y ultimado con un estoque que lo atraviesa, no sufra también estrés, ansiedad, temor o sufrimiento en los momentos en que son denigrados y sacrificados?

No pretendo defender al espectáculo circence, pero por lo menos ahí no asesinan en forma artera a los animales en cada presentación ni los cortan en pedazos -orejas, rabos y hasta patas- para mostrárselos a un público enardecido por la sangre, que así celebra la tortura y muerte del burel.

Insisto: por favor, que alguien me explique.

¿Cuál es la diferencia entre los animales que utilizaban los circos y los toros de lidia?… ¿Sentirán éstos últimos menos dolor o sufrimiento que los primeros, como para no merecer que se les incluya en esa Ley de Protección a los Animales?

Lamentablemente, las corridas, esa fiesta brava, esa celebración de sangre, sol y arena, esa supuesta noble confrontación entre el hombre y la bestia, tienen una etiqueta que condena a los toros: la gran mayoría de sus seguidores son los hombres y mujeres del poder.

Son los mismos personajes que desde la barrera de sol o sombra, con una bota de vino en una mano y un puro en la otra, protegidos de los calcinantes rayos del sol con un sombrero andaluz -bastantes imágenes hemos visto en Tamaulipas de esos próceres- disfrutan de un espectáculo bárbaro en donde están dispuestos no sólo a ver morir a un astado, sino ver morir a un hombre.

Pobres toros de lidia, tan lejos de las leyes y tan cerca de la malvada naturaleza humana…

Twitter: @LABERINTOS_HOY

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