MÉXICO, DF.- El precandidato republicano Donald Trump es un hombre de muchas ideas.
Anunció un plan «infalible» para destruir al Estado Islámico, pero dijo: «no se los voy a decir esta noche».
Propuso un «gran muro» para evitar la entrada de inmigrantes ilegales, pero cambió de opinión cuando visitó la frontera con México.
Donó 10 mil dólares a la campaña de reelección del Gobernador Scott Walker de Wisconsin, pero cuando atacó a Walker como rival, reveló despreocupadamente que no tenía idea de cuál había sido el historial del Gobernador cuando donó dinero a su campaña.
Trump, quien estará al centro del primer debate presidencial del Partido Republicano el jueves por la noche, podría demostrar ser un blanco tan esquivo como una nube de humo para sus rivales.
Eso se debe a que la popularidad de Trump -en algunas encuestas, recibe el doble de apoyo que sus rivales más cercanos- se basa en su estilo desmesurado más que en sus posturas, que han demostrado ser sumamente cambiantes.
Trump podría ser el primer candidato «post-políticas».
Su sitio de internet, a diferencia de casi todos los demás candidatos, no tiene página sobre temas políticos. No ha dado discursos sobre políticas. Ha hecho alarde de que no pierde tiempo en leer informes o practicar respuestas a preguntas imaginadas, las formas habituales de prepararse para un debate.
No obstante, muchas de las posturas de Trump tienen un aire de improvisación, al cambiar en detalles al tiempo que él parece inventarlas o replantearlas sobre la marcha y en voz alta, en discursos de asociación libre o entrevistas espontáneas.
Lo que algunos han llamado «Trumpismo» no se fundamenta en una agenda específica. En lugar de eso, se basa en un intenso enojo de la comunidad sobre la ineficacia y falta de franqueza del mensaje de los políticos convencionales en cuestiones como inmigración ilegal y el poder global de EU.
«Todos en el establishment malinterpretan cuál es su juego», dijo Newt Gringich, ex presidente de la Cámara de Representantes y candidato presidencial republicano en el 2012.
«Sus oponentes quieren hablar sobre políticas. Pero él dice que si no se tiene un líder capaz de ir al grano, todo este asunto de las políticas es una excusa para la falta de acción».
Los rodeos, cambios repentinos e inconsistencias, que podrían ser un problema para un candidato convencional, no han debilitado el atractivo de Trump entre sus seguidores republicanos.
No pareció perder terreno cuando rivales y medios noticiosos señalaron el drástico giro en su ideología desde la primera vez que demostró tener aspiraciones presidenciales, en 1999. En aquel entonces, Trump apoyaba el derecho al aborto e impuestos elevados sobre fortunas superiores a los 10 millones de dólares.
Quizás su postura política más consistente sea su oposición a los tratos comerciales, como el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, al que culpa por la pérdida de empleos de clase obrera. Su propuesta de un impuesto de 35 por ciento sobre bienes provenientes de México y aranceles más altos para las importaciones chinas representan una intensificación de posiciones asumidas hace más de una década.
Sacarle partido al comercio y la inmigración en su campaña ha permitido que Trump eche mano de las ansiedades económicas de los trabajadores estadounidenses que se han quedado rezagados en la economía global, así como aprovechar temores nacionalistas.
Eso hace que atacarlo en dichas cuestiones sea, sobre todo, una propuesta arriesgada en un debate republicano para las elecciones primarias.
«Este es un individuo que dice algunas cosas escandalosas, pero no imprecisas, que siente mucha gente», señaló Dan Senor, quien ayudó a Paul Ryan a prepararse para su debate vicepresidencial con Joseph R. Biden Jr. en el 2012.
«No creo que a ningún candidato le convenga intentar derribarlo».
