Las bondades de la Navidad abarcan nuestras vidas y la existencia, la más absoluta existencia de la Fe en la figura del Niño Jesús. Los creyentes, irradian esa Fe en el sentimiento de una noche en que el Niño Maestro llega como redentor del mundo.
A la modestia de su nacimiento en un pesebre iluminado por la esperanza de un mañana mejor. Siempre, un mañana mejor porque los seres humanos abrigan la esperanza hasta los últimos días de su existencia.
La Navidad es el follaje del árbol de la vida, arraigado en los corazones por los siglos de los siglos. Es la paz y la concordia entre los hombres y mujeres del mundo y en cada uno de nosotros es el tiempo de olvidar las rencillas, los odios y dar paso a la bondad del corazón contra la soberbia, muchas veces soberbia de la razón.
Los niños y niñas esperan la Noche de Navidad, por los regalos, el presente que manda el Niño Dios. En nuestra ciudad, en nuestro estado, la Noche Buena es la noche para los presentes de los niños.
Los regalos escondidos debajo de la cama, atrás de la puerta, debajo de la mesa. Pero el regalo más grandioso a pesar de la humildad de la casa es el regalo del corazón.
El presente que nace del corazón por más humilde que éste sea, desde la casa de paja, sillar, ladrillo, el mejor regalo es el calor de la casa, el calor de la familia que se acerca a compartir la mesa.
Es el amor a la familia, el afecto entre hermanos, el sencillo amor que nos dieron nuestros padres por encima de las vanidades de la riqueza.
Ese es el verdadero valor de la Navidad; la sencillez, la oportuna sencillez de dar las gracias, de querer a los hermanos y hermanas, de solidaridad con los vecinos. Sencillamente amar en nombre del Niño Jesús.