Para sonrisas, enero es el mejor mes. Se comienza el año con optimismo renovado para algunos y de pesimismo alternativo para otros. Pero siempre, siempre, es el mes de la sonrisa porque después de la Navidad y el 1 de enero, todo es ojeras y diarrea. Ojeras donde se ven las palmeras borrachas, como diría el gran Agustín Lara. Borracheras hasta el tronco y borracheras de manos libres con la verborrea subsecuente. Cierto es que la Navidad se envolvió de paz y de inquietud por los trágicos sucesos del mundo reciente, pero sin duda, es el día 24, el acercamiento tortal con las bondades de la Fe cristiana. Pero el primero, es de topes borrego, de olores nauseabundos, de pedos y pedorros, de francachela, balazos y sangre. Imposible impedirle al ser humano pararle a la cuerda del tiempo y festejar a lo mexicano el día 1 del año, acosado en la euforia, el relajo, el vino y la tragacha.
Pero también el día último del año lo celebramos las buenas familias mexicanas con la alegría de la solidaridad, con el calor humano de nuestros seres queridos. Tampoco sé si haya familias malas, pero lo cierto es que tambien muchas se entregan al despedorre, a los golpes, a los tuns tuns de chocolate y mantequilla entre los placeres de la carne, que de por si está bastante cariñosa.
Pero el mes de enero es un mes de sonrisas, de besuqueos, de toquecitos en la panza y toques de nachas de almíbar y saladas. Porque las de almíbar se disfrutan y las de sal se salan.
Siempre el mes de enero, entre nosotros, los de la generación que tiende a extinguirse, eran fechas de padroteo. De estrenar camisa y pantalón nuevo, de ajustarse el cinturón y presumir que pasábamos de adolescentes a chavitos maduros. Días de enero con novia nueva y de sonrisitas lindas.
Enero es sin duda el mes de la sonrisa, pero cuando se acerca la llamada cuesta de enero, es el mes que se convierte en su cola en el mes de los apuros y empeños, el mes de las lamentaciones y las deudas. Un mes de sonrisas, sí, pero también un mes que llora que llora por los rincones…