Pueblo creyente, de gran mayoría católica. El Papa fue recibido con júbilo en México. Un júbilo que entraña el espíritu creativo de esta tierra de un extraordinario pasado y un conflictivo presente. El Papa abre un camino a la paz en un país convulsionado por la violencia y maltratado en la economía globalizada con un caudal de pobres que recorre al país de miedos y tristezas. Es un Papa político, que hace política desde la fe cristiana como un conciliador de actitudes enfrentadas a lo largo del país. Político porque las sociedades modernas no escapan a las sediciones universales del poder, para el caso el poder espiritual en el mundo como líder de unas de las religiones más potentes del mundo. La alegría se traduce en restas representaciones culturales, de las diversas identidades de un mosaico de expresiones que hacen México. Son miles de mexicanos que reciben con alegría al papa Francisco, es una alegría con un crisol de esperanza donde el fuego es la energía de alientos de cambio, de auto crítica y esperanza en un país que parece hoy un monolito indescifrable.
El color de la música, el color de la danza, el color de las palabras que descienden y se elevan en los aplausos, en las sonrisas, en las miles de sonrisas contagiadas por el amor, por la fraternidad.
Desde la Ciudad de México, y en el marco de su visita se desarrolla una valla de enorme seguridad. Es la seguridad humana, la seguridad de la fe y el amor del Papa, influyente figura universal.
Viene a México país herido por la violencia, envuelto en millones de olvidados, en un país podrido por la corrupción y la tristeza. Pero también viene a un país de cara o Sol, en la suerte de la existencia, donde pensamos que también hay esperanza y fe en una política de cara o Sol. Papas y papas para mamá, las tostaditas para el Papa, con el sabor de la cultura mexicana hecha luz e inteligencia.




