CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Rubén Alfaro Yáñez, un reconocido personaje famoso en Victoria por llevar la suerte de la Lotería Nacional hasta la oficina y el hogar, ha partido.
Se fue ayer, en las primeras cinco horas y treinta y cinco minutos del 10 de mayo. Quince días atrás, él, su esposa, sus cinco hijos, los yernos y las nueras habían ido a «La Pesca», se veía tan feliz, decía su hija mayor, Cecilia Alfaro.
Don Rubén era originario del ejido «Verde Chico» de Soto La Marina, llegó con sólo 14 años de edad huyendo de la sequía de su pueblo y por su carácter fue invitado a trabajar vendiendo series enteras y «cachitos» de la Lotería Nacional.
El mote de «El Salado», se lo puso don Carlos Avilés Arreola, pero este sobrenombre no hacía alusión a una racha de suerte, pero sí a su origen en un municipio de la costa tamaulipeca.
Ahora le sobreviven sus hijos Cecilia, Bernardo, Ericka y Dolores Aidé, quienes le apoyaron para atender un estanquillo en la calle 16 en la zona norte de Victoria.
«Él nos contaba que conoció a unas personas que lo invitaron a trabajar en la Lotería Nacional y desde entonces empezó él a vender, creo que tenía como 14 años, fue vendedor ambulante toda su vida, aunque se estableció por algunos años en el 16 Veracruz y Nuevo León, pero debido a que nosotros, sus hijos, crecimos, lo cerró porque no había quién lo apoyara», narra Cecilia.
Él visitaba políticos, empresarios, personajes de la farándula victorense y los clientes de los mejores restaurantes en la ciudad.
«El apodo de «El Salado», era porque venía de Soto la Marina, no porque no vendiera, porque la verdad sí llegó a vender premios. Nos enseñó a sus hijos a dejar la suerte para todos, porque aún cuando le quedaba el último billete, él lo ofrecía.
Se podría pensar que ahí iba la suerte y sí, muchas veces así ocurría, pero él siempre le daba oportunidad a todos sus clientes y muchos le recompensaban. También atendía las necesidades de todo aquel que le buscara y cuidaba si los boletos que vendió tenían premio o reintegros. La honestidad, le hizo crecer», dice con orgullo Cecilia.
Hubo un periodista que se sacó la lotería gracias a «El Salado», que dejaba ir la suerte, pero ésta como los verdaderos amores siempre regresaba a él.
«Mi papá no sólo vendía el billete, estaba al pendiente qué se habían sacado sus compradores siempre».
Como padre, don Rubén fue el hombre cariñoso. Era serio, pero siempre que los hijos le buscaban ahí estaba para tender su mano.
«Le gustaba que estuviéramos siempre en su casa, todos los domingos comíamos en su casa, todos, nietos, hijos, yernos y nueras. Era un hombre recto, nos enseñó a trabajar y era servicial,
aunque había de todo tipo de gente en la vida, nunca cambió».
La llamada de papá hará falta ahora para saber de sus hijos, hará falta el amigo, hará falta don Rubén repartiendo la suerte por Victoria a los sesenta y nueve años de edad, con todos sus sueños realizados, ser alguien en la vida y formar una familia.




