Denise Dresser, Jorge Castañeda, Pedro Ferriz, Juan Ramón de la Fuente, Emilio Álvarez Icaza, entre otros, han sido atacados despiadadamente por su aspiración, real o presunta, a la presidencia del país en 2018. Han sido tachados de ambiciosos, soberbios, ególatras y con epítetos similares, o incluso peores. En las redes sociales la hostilidad ha llegado en algunos momentos a convertirse en algo parecido a un linchamiento público. Una de las razones, quizá, para que el ex rector Juan Ramón de la Fuente haya preferido declinar cualquier propuesta o intención de participar en esta contienda.
Hay algo preocupante y dañino en esta desaprobación popular que, si bien dista de ser unánime, resulta estridente y provocadora e impone un fardo duro de sobrellevar a todo aspirante que no se
arrope en el blindaje de un partido. Y es que las descalificaciones rozan la burla, el escarnio y el acoso personal, y para comprobarlo basta darse una zambullida en las redes sociales.
¿Por qué se reacciona con tal virulencia ante la aspiración legítima de personalidades que, por otro lado, siempre se han caracterizado por el interés de participar en los asuntos públicos? ¿Por qué no despierta la misma irritación el hecho de que funcionarios y políticos aspiren llegar a Los Pinos, algunos de ellos sin más méritos que ser elegidos por la élite de sus partidos? ¿Por qué se ridiculiza a Denise Dresser o a Jorge Castañeda, pero no a Osorio Chong o a Aurelio Nuño por su deseo de convertirse en el próximo mandatario? ¿De plano, creemos que Enrique Peña Nieto (con sus tres libros no leídos) estaba más capacitado para dirigir los destinos de los mexicanos que cualquiera de los señalados en el primer párrafo?
Resulta curioso que los “suspirantes” políticos como Aurelio Nuño, José Antonio Meade, Eruviel Ávila, generen reacciones sobre sus probabilidades electorales y pre electorales, pero ningún
cuestionamiento respecto de sus aspiraciones. Pululan especulaciones de toda índole sobre las ventajas y desventajas de uno y otro, los padrinos con los que cuentan, los peligros que les
acechan o las zancadillas que habrán de arrostrar. Podemos discutir si uno es más capaz que otro, o dar cuenta de la mediocridad o la deshonestidad de aquel, pero a ninguno se le despelleja por
el simple deseo de convertirse en candidato. Es más, de alguna manera se asume que todo individuo que hace una carrera política tiene el derecho de aspirar a esa cumbre de la profesión que es la silla presidencial.
¿Por qué no tendrían el mismo derecho otros que desde la cera opuesta también han dedicado una vida a la discusión, participación y reflexión sobre la escena pública? Que se critique a personalidades de la sociedad civil por aspirar a una candidatura pero se considere legítima la de cualquier político, por el simple hecho de serlo, entraña un supuesto preocupante. Supone que son las élites de los partidos las depositarias del monopolio de la legitimidad política. Si el PRI elige a Aurelio Nuño, por mencionar a un funcionario desconocido hasta hace cuatro años, discutiremos hasta la saciedad sus fortalezas y sus debilidades, pero nadie lo acusará de haber enloquecido de soberbia y narcisismo por el simple hecho de estar buscando la presidencia.
Justamente lo que se ha hecho en contra de Denise Dresser o de Jorge Castañeda, a pesar de que ambos han dado cuenta desde hace dos décadas de su pasión por participar e influir en los asuntos públicos que atañen a todos. De hecho, algunos de estos intelectuales y activistas desean participar en la contienda no tanto por creer que tienen una posibilidad real de ganarla, sino por el
hecho de establecer un precedente y/o influir en los debates y agendas de la campaña presidencial con temas que de otra manera no se abordarían.
Desde luego, podemos estar de acuerdo o en desacuerdo con muchas de las posiciones que estos personajes han sostenidos a lo largo de sus trayectorias. No sé si Emilio Álvarez o Juan Ramón de la Fuente serían buenos presidentes, pero si dejamos de descalificar a todos ellos simplemente por ser mencionados como potenciales competidores y comenzamos a contrastar las capacidades de Denise Dresser versus Margarita Zavala, o de José Woldenberg contra Osorio Chong, por ejemplo, podríamos llevarnos una sorpresa.
En todo caso, no veo porque tendríamos que dejar a los santones dentro de cada partido (los Manlio Fabio y los Romero Deschamps en el PRI; los Calderón y los Fernández de Cevallos, en el PAN; los Chuchos en el PRD) la facultad de decidir quiénes son candidatos legítimos y quiénes son ilegítimos. Y eso es justamente lo que estamos haciendo al descalificar con escarnio los motivos personales de estos personajes para participar en la contienda.
@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net