El 5 de junio fue un día de perros para el presidente Enrique Peña Nieto. En dos momentos vivió la cara que ha sido la constante de su gestión encapsulada, y la de la realidad, imposible de ocultar y borrar por sus colaboradores. La primera cara, que ha definido su fantasía mexiquense, fue cuando al mediodía en la casa presidencial, durante una reunión con sus más cercanos para revisar como iba el proceso electoral de ese domingo, le decían que las cosas iban muy bien, que todo apuntaba para un buen resultado en los comicios por 12 gubernaturas. Peña Nieto, de acuerdo con las reconstrucciones de esos momentos, se mostraba nervioso y escéptico por lo que le contaban. Pero insistían: “No te preocupes, las cosas van a salir bien”. En las manos tenían los datos del simulacro electoral que la noche previa les había entregado una de las empresas que contrataron para las encuestas de salida, que les daba la victoria ¡en 10 estados!
La segunda cara vino por la tarde. A las cinco, para ser exactos, cuando por instrucciones presidenciales, el jefe de la Oficina, Francisco Guzmán, convocó de urgencia a un grupo más amplio. Llegaron los secretarios de Gobernación, de Hacienda y de Educación, que integran la Presidencia tripartita. También el subsecretario de Gobernación, íntimo amigo de Peña Nieto, Luis Miranda. El último, el subsecretario de Gobernación y experto en temas electorales, Felipe Solís Acero. Estaba convocada Alejandra Lagunes, la experta en redes sociales de la Presidencia, pero no llegó. Los detalles generales de esa reunión han sido apuntados este semana por dos columnistas. El primero fue José Ureña, en su columna
Teléfono Rojo, y el segundo, Carlos Loret, en Historias de Reportero.
Ureña escribió el martes: “Tarde dominical en Los Pinos el 5 de junio. El presidente… llama a su equipo más cercano. Los pronósticos no nos favorecen, dice un informante. Caras largas. Una y mil llamadas aquí y allá. Ningún reporte favorece. No hay datos concretos –reportan-, pero no vienen buenas noticias. Se deshace la reunión. Esperábamos lo peor, me dice uno de los asistentes a ese análisis. Y lo peor llegó”. Loret complementó el miércoles: “¿Cómo estuvo el Presidente?, le pregunto a algunos testigos. Sereno, coinciden en contestar. Durante la jornada, acudía constantemente a su teléfono para chatear y revisar internet. Describen a un espectador más que un protagonista. Un Presidente que optó por esperar el resultado y no andar operando. De eso se encargaron, desde sus respectivas oficinas, Miguel Osorio Chong y Manlio Fabio Beltrones. Osorio, me dicen fuentes, instaló una especie de búnker para mantener el pulso minuto a minuto… Beltrones diseñó un sistema piramidal que permitía rastrear la apertura de casillas, la movilización de sus militantes, las encuestas de salida, las irregularidades hasta los conteos rápidos y los resultados oficiales. Todo colapsó: las encuestas, los operadores, los gobernadores”.
Loret agregó que había asombro por la falta de información fidedigna. “A las siete de la noche, César Duarte, de Chihuahua, todavía decía que el PRI llevaba ventaja de ¡5 puntos! Le habían ganado por ocho”, agregó. “En Durango decían que iban adelante. También en Aguascalientes. En Quintana Roo, lo mismo: estaba confiado (Roberto) Borge. Esa tarde en Los Pinos, la reunión comenzó sin el Presidente. Las “mil llamadas” que mencionó Ureña se referían principalmente al constante contacto de Osorio, desde el salón de reuniones de Los Pinos, a la oficina de Beltrones en el PRI. Los datos que les daban sus encuestas de salida eran: Aguascalientes, 4 puntos arriba; Durango, 10 puntos arriba; Veracruz, uno arriba; Tamaulipas 4.5 arriba; Quintana Roo, ocho arriba. Conforme se acercaba la noche, cerradas las casillas en la mayoría del país, el ánimo había cambiado, de acuerdo con la reconstrucción de las reuniones. “Las caras eran largas”, dijo uno de los participantes, y ya se habían hecho varios recriminaciones, específicamente sobre algunos gobernadores, que decían habían trabajado en contra de los candidatos priistas, y de varios secretarios de Estado, por haber permitido que desde sus dependencias operaran electoralmente los panistas heredados de la administración anterior.
Cuando el presidente Peña Nieto llegó a la reunión, el estado de ánimo había pasado de la confusión y la sorpresa, a la indignación. Las encuestas de salida del PRI habían fallado en todo el país. Inclusive en los estados donde ganaron sus candidatos, los números no eran los que tenían. En Zacatecas les daban casi la mitad de lo que al final tuvieron en el PREP, mientras que en Hidalgo les daban el doble de cómo al final quedó la elección. Sin embargo, de acuerdo con una de las fuentes que ayudaron a reconstruir esas reuniones, no se acusó a nadie enfrente de él, ni se pidieron destituciones. “No se habló de cambios en el PRI o en el gabinete”, insistió una de las fuentes consultadas cuando se le preguntó sobre lo dicho al Presidente. Peña Nieto ordenó revisar lo que había hecho el gobierno y encontrar cuáles eran las razones del voto de hartazgo por las cuales los castigaron el domingo pasado. La revisión está en marcha. Sobre los resultados y las acciones correctivas, ya se verá más adelante si corrigieron y, si lo hicieron, cómo lo hicieron.
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