13 diciembre, 2025

13 diciembre, 2025

Males crónicos

Golpe a golpe

La caída de Beltrones es como darle un analgésico a un enfermo grave

Acción Nacional inició la alternancia gubernamental en 1989 allá en BC

En por lo menos tres entidades no ha permitido regreso priista al poder

Represión y libertinaje deben evitarse en trance magisterial de Oaxaca
La renuncia de Manlio Fabio Beltrones Rivera a la dirigencia nacional del tricolor, no es la panacea que alivie la enfermedad crónica que padece el partido desde hace por lo menos 28 años, sino otro analgésico, como los suministrados anteriormente, para reducir el dolor de las derrotas pese al estado crítico del Revolucionario Institucional, que, a decir verdad, está a punto de ingresar al área de terapia intensiva.

Eso lo saben Enrique Peña Nieto y su séquito de colaboradores más cercanos. Pero aún así no asoman interés profundo para socorrerlo en lo inmediato; y su actitud, desde luego, ha contagiado a otros fiduciarios del poder, hasta el grado de mostrarse omisos cuando se les pregunta sobre la crisis o el futuro de ‘su’ corporación ideológica.

“Los tiempos del partido los resolverá el partido”, es lo que dicen a la prensa, como si los periodistas no supieran quién determina la agenda (a su libre arbitrio), que, por cierto, contempla que en 60 días como máximo (a partir del miércoles 22 que nos antecede), el Consejo Político Nacional (CPN) habrá de decretar el nombre del nuevo guía priista, para enfrentar el gran reto del 2018 en que se elegirán: Presidente de la República, 128 senadores y 500 diputados federales; más los gobernadores, Congresos locales y ayuntamientos homologados con la justa por disposición oficial.

Al frente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI llegó Carolina Monroy del Mazo –acorde con los estatutos, aunque sólo temporalmente hasta que sea designado el relevo–, quien no es garantía de nada, pues, como usted bien sabe, a la Secretaría General arribó por designación del señor de Los Pinos para privilegiar al mentado ‘Grupo Atlacomulco’; y no, lo aclaro, por méritos partidistas propios.

De cualquier forma será ella el conducto para imponer al sucesor del sonorense. Y entre las cartas que se barajean, aparecen: Emilio Gamboa Patrón (el ex secretario particular de Miguel de la Madrid Hurtado) y José Calzada Rovirosa (ex gobernador de Querétaro).

Lamentablemente ninguno de ellos cuenta con liderazgo auténtico, a nivel nacional, por lo que el jefe del Ejecutivo federal tendrá qué rebuscar entre sus allegados y grupos coyunturales otra opción, so pena de clavar al PRI la puntilla de muerte como en su oportunidad pretendieron hacerlo los impulsores del neoliberalismo.

Crisis partidista
Hasta 1986, cuando el poder presidencial todavía era omnímodo –Miguel de la Madrid Hurtado lo practicaba entonces–, nada afectaba la salud del PRI.

Menos cuando el arbitraje de las justas electorales era precisamente responsabilidad del secretario de Gobernación –Manuel Bartlett Díaz fue el encargado en aquella época–, manteniendo así el dominio y el control de los procesos, como del partido en el poder; y hasta de los membretes opositores (incluido el albiceleste), que vendían su vigencia a cambio de prerrogativas dentro del sistema establecido de partidos.

Sin embargo, en la víspera de seleccionar al candidato presidencial, ya en 1987, surgió la Corriente Democrática (CD) hacia el interior del PRI encabezada por Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y el hijo del ‘Tata’ Lázaro (Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano), bajo el pretexto de oponerse a la política neoliberal del mandatario en turno; y exigiendo imparcialidad en la designación del abanderado sexenal.

El Presidente no les hizo caso. E impuso a Carlos Salinas de Gortari como candidato, por lo que los disidentes rompieron con el PRI al tiempo de darle vida al llamado Frente Democrático Nacional (FDN), que postuló en 1988 al ex gobernador de Michoacán.

Y ganó (se reconocería años más tarde), pero una caída del sistema elucubrada por quien manejaba los hilos del Palacio de Covián, evitó que el priista perdiera.

A raíz de ese fraude electoral, fue creado el Partido de la Revolución Democrática (PRD), causándole al tricolor una aguda crisis que, según la apreciación política, se ha vuelto crónica.

El segundo tumor maligno apareció en el PRI en 1994, con el crimen de Luis Donaldo Colosio Murrieta; la crisis económica; los escándalos del Fobaproa; la alzada del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y la imposición de Ernesto Zedillo Ponce de León, como candidato priista sustituto.

Empero, por falsa disciplina, la mentada gran familia revolucionaria y los grupos de interés acataron la decisión presidencial, aunque sabían (o simplemente sospechaban) que en el fondo, Salinas proyectaba entregar el poder a los empresarios, puesto que ejercía un proyecto neoliberal sin tomar en cuenta a los diversos sectores sociales ajenos a los dueños del dinero, significando esto que el Estado dejara en manos privadas cuanto tiene qué ver con el erario.

Por eso la elección del ’94 se considera el inicio de la catástrofe que hizo a un lado a los políticos auténticos, hacia el interior del PRI, para en su lugar permitir el enquistamiento de los llamados tecnócratas.

Seis años después, en el 2000, apareció otra tumefacción, pero más grave para el tricolor, cuando Vicente Fox Quesada sacó de Los Pinos al consorcio que durante siete décadas ostentó el bando presidencial.

Hubo entonces una mala selección de candidatos empezando por el presidencial (Francisco Labastida Ochoa) –dicen que deliberadamente–, y de ahí derivaron los conflictos de intereses, hasta el grado de generarle hartazgo a la población que demandaba un nuevo orden político.

Como respuesta a la continuidad de simulación y vicios añejos, en la jornada comicial se le cobraron al PRI las facturas, perdiendo además de la Presidencia de la República la mayoría en el Congreso de la Unión.

Hacia 2006, el Partido Acción Nacional (PAN) le repitió la dosis a los divididos ‘revolucionarios’ –quienes se encontraban enfrascados en riñas estériles desde el poder por el poder mismo–, cuando por instrucción del señor de Los Pinos el Instituto Federal Electoral (IFE) le dio ‘madruguete’ a Roberto Madrazo Pintado al decretar ganador de la contienda a Felipe Calderón Hinojosa.

En dicha maniobra mucho tuvo qué ver Elba Esther Gordillo Morales –entonces cacique del gremio magisterial–, al confrontarse abiertamente con el tabasqueño antes y durante la campaña, avivando el desánimo de la población para involucrarse en la justa.

Finalmente ella ganó al regalársele el registro de un nuevo partido; y el PRI perdió no sólo la Presidencia, sino también credibilidad, militantes, espacios legislativos, gubernaturas, congresos locales y ayuntamientos.

En aquél entonces el tabasqueño abrió otros frentes, que diezmaron mucho más la salud del tricolor, pues también se enfrentó con el ‘Grupo Atlacomulco’ que requería la candidatura presidencial para Arturo Montiel Rojas.

Ya en el 2012, la sociedad le dio una nueva oportunidad al PRI, pero condicionada al acatamiento de los principios básicos y estatutos priistas que habían desatendido los presidentes en turno desde 1988.

Sin embargo Enrique Peña Nieto salió tan malo o peor que los otros.

Lo prueba el tsunami del pasado cinco de junio cuando el PRI perdió siete de doce gubernaturas en juego más cualquier cantidad de alcaldías y curules locales, merced a la pésima conducción del partido –por parte de Manlio Fabio–; la crisis económica, el desempleo y los índices de inseguridad pública; la falta de una política social que en verdad apoye a quienes menos tienen; el rechazo a la reforma educativa; la represión en contra de los maestros; la adquisición de fastuosas residencias por parte de su segunda cónyuge Angélica Rivera; los pleitos entre su equipo más cercano de colaboradores; la adelantada sucesión presidencial y un sin fin de yerros más.

En síntesis, el señor de Los Pinos y Beltrones Rivera son culpables de la derrota priista, como también de haber agravado la enfermedad del partido que si bien es cierto aún no está en agonía sí se encuentra en la antesala de terapia intensiva.

Mutación progresiva
La primera gubernatura que perdió el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en toda su historia fue la de Baja California (1989), cuando Ernesto Ruffo Appel (PAN) hizo ‘morder polvo’ a Margarita Ortega Villa (qepd).

Desde entonces Acción Nacional ha conservado la plaza con Héctor Terán Terán (falleció en el cargo), Alejandro González Alcocer (interino), Eugenio Elorduy Walther, José Guadalupe Osuna Millán y el mandatario actual, Francisco Vega de Lamadrid.

Hacia 1991 se daría una declinación por parte del mandatario electo de Guanajuato, Ramón Aguirre Velázquez –y hay quienes aseguran que forzada por el señor de Los Pinos–, para imponer como interino a Carlos Medina Plascencia, quien le entregó la estafeta a Vicente Fox Quesada.

Luego ocuparían la gubernatura Ramón Martín Huerta, Juan Carlos Romero Hicks, Juan Manuel Oliva Ramírez y Héctor López Santillana (el actual).

Al año siguiente (1992), Francisco Barrio Terrazas (PAN) –en lo que fue su segunda incursión como candidato gubernamental albiceleste–, le ganó al aliancista (PRI-PFCRN) Jesús Macías Delgado.

En ese entonces la Presidencia de la República estaba en manos de Carlos Salinas de Gortari.

Con Ernesto Zedillo Ponce de León como jefe del Ejecutivo Federal, el albiceleste refrendó su fortaleza en 1995 al adjudicarse la gubernatura de Jalisco, que Alberto Cárdenas Jiménez le ganó al priista Eugenio Ruiz Orozco.

Francisco Ramírez Acuña, Gerardo Octavio Solís Gómez y Emilio González Márquez retuvieron la posición hasta que ganó el priista Jorge Aristóteles Sandoval Díaz, en 2013;
En 1997, Acción Nacional gana la gubernatura de Aguascalientes, al postular a Felipe González González, a quien sucederían los también panistas Juan José León Rubio y Luis Armando Reynoso Femat.

En 2010 Carlos Lozano de la Torre (PRI) recupera la gubernatura, pero el tricolor nuevamente la pierde este año ante el albiceleste
Luego vendrían otros descalabros, que en colaboración posterior aquí mismo consignaré a detalle.

Crecimiento
A raíz de esas alternancias el membrete albiceleste creció en simpatía y aceptación ciudadana, hasta el grado que, desde el día uno de octubre próximo, regirá en diez entidades; mientras el tricolor contraerá su poder, gobernando sólo en quince estados; el PRD, en cinco; el ecologista, uno; y en otro un mandatario autollamado independiente.

Esta es la radiografía política actual, que sirve de base a los partidos en su tempranera disputa por la presidencia de la República a jugarse en el 2018.

De ahí se infiere que la más alta proporción de ciudadanos proclives a votar en contra del aún partido oficial es muy alta.

Conflicto magisterial
Una vez detenida la represión y el libertinaje en Oaxaca, con el pretexto del conflicto entre el Estado y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), no hay razón para dilatar la puesta en marcha de la reforma educativa en aquella entidad, aun cuando los reductos del movimiento magisterial insistan en provocar el caos para evitarlo, y,
al mismo tiempo, las fuerzas armadas se encuentren acuarteladas para en caso de insistir con los bloqueos enfrentar a los rijosos.

Y es en estos momentos, precisamente, cuando la autoridad federal, con la ley en mano, debe actuar para impedir mediante el diálogo que de nueva cuenta haya desmanes en las carreteras; y en cualquier inmueble (público o privado), causados por los inconformes, de motu propio o incitados por anarquistas, en las marchas que pudieran llevarse a cabo en los días sucesivos.

Hago esta observación, porque el diálogo es un recurso funcional en todo conflicto –siempre y cuando exista voluntad para alcanzar acuerdos más allá del interés unilateral, partidista o grupal–, y por ser necesario en la práctica política, donde la concertación más se requiere por ser uno de los ingredientes sustantivos para la gobernabilidad.

El hecho de que entre dos actores o más, haya diferencias de credo, colores e ideología, en nada impide su comunión si el objetivo común es el mismo; pero si acaso una de las partes antepone la soberbia por afán protagónico, difícilmente accederían a estadios de buen entendimiento.

Los sainetes cotidianos que se viven en Oaxaca ilustran claramente la ausencia de acuerdos y la radicalización de posturas; pero, ignoro por qué razones, hasta hoy no ha asomado un interés coincidente (por parte de los sectores involucrados), para ahuyentar el espectro de la inestabilidad social que amenaza con enquistarse en aquellos lares.

Por qué rezongar
La protesta es el recurso más utilizado por quienes intentan producir cambios sociales, políticos o económicos; y regularmente, se da a través de manifestaciones pacíficas cuando el proyecto es serio y tangible; pero con mítines desordenados, acciones delictivas o retando a la autoridad y al propio pueblo, en caso de carecer, los inconformes, de un plan alterno a la propuesta por la que escandalizan.

Para explicar este tipo de expresiones hay algunos librepensadores, como Thomas Jefferson, quien considera que la gente sale a la calle por el hartazgo hacia el sistema establecido.
Incluso, acuñó la siguiente frase: “Los hombres tímidos, prefieren la calma del despotismo al turbulento mar de la libertad”.

Que no es el caso en Oaxaca.

Al menos así lo creo porque los manifestantes arropados e incitados por la CNTE y el ala más radical del Partido de la Revolución Democrática (PRD), marchan un día sí, y el otro también sin plantear públicamente las alternativas que plantean para reparar el daño que se les haría.

Esto es lo que irrita a sus semejantes, que ven impedido su derecho a transitar libremente o son víctimas del pillaje.

De cualquier forma, hay que destacar que las protestas recurrentes, las más, surgen cuando existe profundo desencanto con los programas y acciones de gobierno en sus tres niveles.

Y, regularmente, provienen de organizaciones que se sienten afectadas, pero son incapaces de mostrar su inconformidad a través de canales legítimos.

Sin embargo, hay otro tipo de protesta fincada en la perversidad.

Ésta encuentra su origen (regularmente), en los clanes que codician el poder y no saben cómo acceder a éste a través de méritos propios.

Y es lo que ocurre, precisamente, con las protestas elucubradas por nomenclaturas desgastadas, que mediante la presión tratan de intimidar, pero animadas y financiadas por mentes truculentas, para que se frenen las reformas que tanto requiere el país en su desarrollo y transformación, como es la educativa.

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