Y bien es poesía, pero poesía científica, porque es verdad que la ciencia al principio y al final se une a la experiencia de la magia y lo divino, que es la poesía que embruja.
Mi madre Paulina, desde niño me enseñó a querer a las flores. La veía dibujar sus contornos y hacer armazones de alambre ligero para después forrarlos con el papel plata de los cigarros.
Pero mamá cultivaba con amor a su jardín, tocaba a las flores y les cantaba. Los pétalos le atraían y acariciaba con ternura a las flores que crecían lentamente a nuestros ojos.
Las extraordinarias cámaras fotográficas de hoy en día nos muestran con agudeza los cambios y alientos de las flores. Y es que las flores aman. Sienten y lloran.
Su perfume reanima, cura, sus formas embellecen y la Historia del Arte está llena de flores en la pintura y en las soluciones arquitectónicas. También la filosofía y sus símbolos.
Hace ya bastante leí un libro en traducción italiana con el título: El Amor de las Plantas y que tenían seco.
El argumento del autor se basaba en que Dios olvidó darle sexo a las plantas pareja con pareja como mucho de lo creado. Y ponía ejemplos de las plantas sexuales desde afrodisíacos hasta formas seductivas como la papaya, el plátano y la manzana.
Expresa colores y formas, frutos y flores.
Mamá tenia razón, las flores aman y sufren. Hace algunos impartí una conferencia sobre el arte y las flores.
No soy biólogo, botánico. Pero sí brujo. Mi mamá me enseñó a embrujar a las mujeres con las flores y las plantas. Esto es poesía.