RIO DE JANEIRO, Brasil .— Es cierto, los brasileños suelen tener dificultades para la organización. Pero son estupendos anfitriones y campeones olímpicos en baile y alegría.
Con un espectáculo carnavalesco, Río de Janeiro despidió el domingo los primeros Juegos Olímpicos realizados en Sudamérica. Y aunque hubo brasileños que sintieron “saudade” y pidieron a coro en el Maracaná que la llama olímpica no se extinguiera, es seguro que muchas personas respiraron aliviadas cuando ésta finalmente se apagó.
En realidad, la responsabilidad oficial de Río sobre los Juegos había concluido poco antes, cuando el alcalde Eduardo Paes entregó la bandera olímpica al presidente del COI Thomas Bach, quien a su vez la puso en manos de Yuriko Koike, gobernadora de Tokio, la próxima sede.
¿Comparar a Tokio con Río? Es muy difícil, los japoneses se caracterizan por su disciplina y organización, pero no bailan samba.
La austeridad no le restó emotividad al último festejo olímpico en Río, que será recordado por la riqueza de su música y sus bailes. Así, se puso el cerrojo a unos juegos que dejaron de manifiesto la capacidad de los brasileños para sacar adelante unas justas dignas pese a todas las adversidades.
“Fueron unos Juegos Olímpicos maravillosos en una ciudad maravillosa”, dijo el presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, ante la aclamación del público. “Dejan también un legado único para las generaciones por venir”.
Se construyeron estadios, vialidades, una nueva línea del tren subterráneo. Pero la limpieza de los cuerpos de agua quedó como tarea pendiente y derivaron en serios cuestionamientos para los gobernantes.
La ceremonia de clausura comenzó con la cuenta regresiva, marcada por un reloj de pulsera como el de Alberto Santos Dumont, el brasileño considerado además pionero de la aviación y homenajeado en el espectáculo. Los brasileños afirman que un amigo de Dumont ideó ese tipo de reloj para que el aeronauta pudiera ver la hora mientras operaba su avión.
Tal como lo hizo en la ceremonia inaugural hace más de dos semanas, Brasil apeló de nuevo a su música como carta credencial para conmover al mundo. Un frenético ritmo de Sambódromo marcó la entrada de un grupo de bailarines con trajes multicolores. A la manera de una bandada de papagayos, formaron en la cancha del Maracaná las siluetas de lugares emblemáticos de Río, como el Pan de Azúcar y los Arcos da Lapa.
Luego vino el canto de Martinho da Vila y Roberta Sá.
Los primeros Juegos efectuados en un país latinoamericano, los de México 1968, ilustraron que esa nación era capaz de sacar adelante un suceso de esta envergadura, pero quedaron marcados por la matanza de estudiantes, cometida apenas 10 días antes de la ceremonia inaugural.
La secuela latinoamericana en Río no podrá relatarse dentro de años sin hacer mención a los sobresaltos por los que pasó su organización o a la crisis política y económica que castiga al país desde meses antes de que fuera anfitrión del mundo.
Como un simbólico capricho meteorológico, los nubarrones negros cubrieron Río de Janeiro desde las horas previas a la inauguración. Un viento intenso sopló en el Maracaná. Cuando atletas de todos los países entraron con sus banderas para ocupar sus asientos a nivel de cancha como los agasajados del festejo, un aguacero se abatió sobre ellos, pero ni eso impidió que bailaran con la música brasileña mezclada por el DJ noruego Kygo.
Los organizadores de Río 2016 tuvieron que desafiar incluso al clima.
Al final, los Juegos resultaron brillantes en lo deportivo y no experimentaron problemas graves para desarrollarse durante 17 días, a no ser por la tonalidad verde que adquirió el agua en un par de piscinas, lo que se corrigió días después.
“Todos los brasileños somos héroes olímpicos. Gritamos juntos, celebramos juntos. Diré esto de nuevo, ganamos juntos”, dijo el alcalde Paes. “Estos Juegos Olímpicos demostraron que ustedes, los hijos de Brasil, no rehúyen a la batalla”.
Curiosamente, la mayor vergüenza que atestiguó el mundo del olimpismo en Río tuvo nombre y apellido: Ryan Lochte, el nadador estadounidense borracho que causó destrozos en una gasolinera y luego inventó que lo habían asaltado.
En contraste con ese bochorno, hubo en la ceremonia de clausura un momento en que las pantallas gigantes del estadio mostraron a los deportistas más destacados de los Juegos. Hubo una ovación atronadora para Neymar y otra para Usain Bolt.
Si Río apeló a la tradición para apuntalar sus ceremonias. Toko prometió desde ahora que su emblema será la modernidad.
Presentó un espectáculo de luces, bailarines y videos en los que aparecieron lo mismo el primer ministro Shinzo Abe que la gatita Kitty y el personaje de videojuegos Mario.
Tras los discursos de Bach y Paes, la llama se apagó, y el gran compromiso que debió cumplir la ciudad brasileña quedó atrás.
La tormenta política y económica no se disipará tan pronto. Por eso, los principales políticos del país prefirieron ausentarse de la ceremonia de clausura.
Abucheado en la inauguración, el mandatario interino de Brasil, Michel Temer, prefirió no asistir al fin de fiesta. Tampoco estuvo la presidenta Dilma Rousseff, separada temporalmente del cargo para enfrentar un juicio político por supuestas irregularidades en la gestión del presupuesto público.
Cuando habló el alcalde Paes, no se salvó de la muestra de rechazo por parte del público.
Así, un festejo que suele servir de escaparate para los gobernantes del anfitrión, se ha quedado con esos puestos vacíos en el palco de honor. Pero tiene la música y alegría de los brasileños, y con eso basta.
“Lo hicimos”, proclamó Paes.
“Todos los brasileños somos héroes olímpicos. Gritamos juntos, celebramos juntos. Diré esto de nuevo, ganamos juntos. Estos Juegos Olímpicos demostraron que ustedes, los hijos de Brasil, no rehúyen a la batalla”