20 abril, 2025

20 abril, 2025

El Dzulum la regresó

Mariana cuenta cómo fue presa de una criatura triste y solitaria, maldito, moldeado por los dioses mayas, único entre las bestias que nacen y se arrastran, entre las que vuelan en los bosques

CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Elvira abrió la puerta de su departamento después de cinco fuetes timbrazos.
-Dígame ¿qué se le ofrece?
-Mamá… ¿No me reconoces?

La mujer se secaba las manos en el delantal, tratando de entender lo que una joven como de veinte años le trataba de hacer creer.
-¡Soy yo Mariana! –dijo la muchacha y la abrazó.

-Señorita…¿qué broma es esta? Usted no puede ser mi hija Mariana… mi hija desapareció hace cinco años cuando tenía sólo siete… usted no puede ser mi hija….
-¡Mamá te lo juro que soy yo! Ya crecí mírame aquí tengo el lunar en el hombro….

La joven se descubrió la manga de la playera y efectivamente tenía un lunar en forma de triángulo en la piel.
-¡Mariana! ¿Eres tu chiquita? ¡Pero no puede ser! ¡Tu deberías tener doce años! Y te ves como de veinte!
-¡Ay mamita! Tengo tanto que contarte de esa noche en Tapachula.
-M’ijita, te buscamos por todo Chiapas… tu papá se gastó hasta el último centavo para hallarte, hasta los soldados y la marinos nos ayudaron… ¿pues dónde estabas?

La joven rompió en llanto al recordar esa noche en que su destino cambiaría para siempre.

Ese año las vacaciones familiares se convertirían en una pesadilla para la familia Sauceda.

Con mucho sacrificio Carlos, ahorró durante dos años para llevar a su esposa e hija a pasear al estado sureño y visitar el Cañón del Sumidero, Chiapa de Corzo, Bonampaky las Cascadas de Agua Azul.

El viaje desde Matamoros fue largo y cansado, pero al llegar, los espectaculares paisajes le quitaron el aliento a la familia Sauceda Rojas.

Pero un día, paseando por las ruinas de Bonampak, el temor más escalofriante se apoderó de Carlos, al regresar a su cabaña rentada en un hotel por la noche
y no encontrar a su hija de siete años que había dejado dormida mientras salía con su esposa a tomar la copa en un bar cercano.

De inmediato Carlos y Elvira notificaron a la policía de la desaparición e iniciaron la búsqueda.

Pero nunca se halló rastro ni evidencias de que la menor hubiese sufrido algún daño.

Por tres meses más siguieron buscándola. Elvira regresó a Tamaulipas a vender el auto y un terreno para costear a rastreadores y personas que ayudaran a recorrer la sierra y la selva mientras Carlos proseguía recorriendo el estado e incluso parte de Guatemala.

Pero nada. Mariana no apareció.

-M’ija, cuéntame qué pasó esa noche –preguntó Elvira aún sin creer que realmente hablaba con Mariana.
-¡Fue el Dzulum mamita! ¡Él me llevó!
-¿El Dzulum? ¿Qué es eso?
Mariana cerró los ojos y gruesas lágrimas volvieron a brotar.

Suspiró y empezó a relatar cómo esa noche un ruido la despertó, algo parecido a un jadeo o a una respiración intensa se escuchaba en la ventana. Ella se paró de su cama y a lo lejos una bruma se iluminaba con el resplandor de la luna. Ella salió por la ventana de su cabaña y empezó a asomarse entre las plantas del jardín hasta llegar a la parte trasera del hotel. Encontró una cerca de malla rota que daba hacia la selva y tras de ella en la penumbra, dos ojos amarillos destellaban mirándola fijamente. Era el Dzulum.

En la selva chiapaneca todo mundo sabe de él. Es tan temido que el tigre huye de su paso, los monos no dejan de aullar y el jaguar le da su comida sin chistar: el mito puede convertir a las niñas en mujeres adultas.

Según la creencia popular, ningún mortal era digno de su figura, a menos que él decidiera encantar a alguna mujer, quienes eran sus únicas víctimas. Las noches de luna llena acechaba a la mujer más hermosa de su territorio, para convertirla en su presa. Temido por los campesinos, rendían tributo a su ferocidad. Y en sus rezos pedían que se distanciara de los jacales.

No se sabía con certeza el origen de aquella bestia. Sólo se impregnaba el aire de los valles con la frialdad de sus vahos, y se escuchaba el tenue rumor de su andar.

Sus ojos encendidos acentuaban el hocico que se contraía para mostrar la dentadura afilada. Su aspecto general se asemejaba al de un felino, tal vez un jaguar, pero tenía sus propios razgos. Su tamaño se acercaba al de un caballo pequeño, con manchas pardas sobre un pelaje pálido, grisáceo con el lomo cubierto por crines blancas.

Mariana contó a su madre que de esa noche en adelante todo fue como un sueño, pues ella sólo recuerda paisajes de noche en medio de la selva acompañando a la bestia.

-Casi puedo ver cómo la luna brillaba sobre mí, y el tronar de las ramas y hojas secas bajo mis pies. A veces despertaba yo abrazada a él o recostada a su lado. Recuerdo haber comido corteza de los árboles y algunos insectos ¡vivos! O de repente sentía que me ahogaba al caer en alguna poza entre la corriente de los ríos… así aprendí a nadar mamá –relataba la muchacha.

-¿Pero cómo fue que pudiste escapar? ¿Por qué no corriste o regresaste a alguna ciudad o algún camino donde pudiéramos verte, Mariana?
-Mami, te juro que yo no sentía necesidad de escapar… de hecho me sentía feliz de estar al lado del Dzulum y cuando algún otro animal se acercaba, él se ponía delante de mí para protegerme, incluso alguna vez lo vi pelear con jaguares y cerdos… ¡A todos los destrozaba! ¡Los mataba! Y después hacíamos largos recorridos, incluso llegué a ver gente en los caminos de noche pero parecía que ellos no me miraban a mí… me veían como si fuera un animalito perdido… hasta me llegaron a arrojar comida al piso.

-Entonces… ¿Cómo fue que te soltó o decidiste separarte de él? – Preguntaba Elvira con el corazón palpitante, al empezar a convencerse de que la joven era realmente su hija.

-No lo sé, un día simplemente desperté a la orilla de un arroyo entre el ruido de máquinas excavando… Los obreros me observaban con morbo y curiosidad porque estaba totalmente desnuda. Luego una señora me dio un vestido y unas chanclas para vestirme. Al principio no podía hablar… sí sabía qué palabras decir pero solo hacía como gruñidos y gritos ¡Como si se me hubiera olvidado como hablar!

-¿Y quién te ayudó a llegar hasta acá?
-Unos señores que ayudan a los migrantes centroamericanos me llevaron con unas monjas que me dieron de comer desde hace como ocho meses.. ellas me ayudaron a hablar otra vez pero creían que estaba loca porque les decía que tengo doce años…. Fue hasta que me vi en un espejo que entendí porqué lo hacían… ¡porque ya me veo más vieja!

-No mija tú no te ves vieja… sólo un poco más crecidita –la confortaba su madre y le secaba las lágrimas.

Elvira y su hija se abrazaron por horas, lloraban y reían al mismo tiempo.

Cuando llegó su padre de trabajar en una maquiladora la sorpresa fue mayúscula y aún más difícil tratar de explicarle lo sucedido.

Mariana batalló para tener un peso normal y lidia con la diabetes a sus 23 años.

La familia decidió mudarse a otro estado de la república debido a la ola de inseguridad que impera. Para la adolescente/joven regresar al mundo ha sido muy difícil pues sus documentos no concuerdan con su imagen y poco a poco ha ido dejando atrás la pesadilla que vivió al ser raptada esa noche y padecer el hechizo mortal del yugo del Dzulum. Aunque ha hablado con psicólogos, batalla para describirles su lapso en la selva pues los terapeutas tratan de convencerla de que fueron alucinaciones creadas al vivir el estravío. Pero ella sabe que fue cierto y que será muy difícil dejarlo todo atrás.

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