CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Sorteando alimañas como serpientes, ratas y perros callejeros, y en condiciones insalubres laboran diariamente más de 80 pepenadores, algunos de los cuales pasan la noche en el relleno sanitario en chozas construidas con cartón y plástico.
Es un trabajo pesado y humilde, aunque cada vez es menos redituable, ya la gente no tira cosas buenas, ni ropa que se pueda utilizar, coinciden trabajadores entrevistados, aunque confiesan que de los desechos sacan lo indispensable para sobrevivir.
Advierten que ahora la población ya no desperdicia casi nada, al extremo que ya no pueden utilizarse por segunda vez.
“Ya no desechan sofás usados, sino que lo dejan hasta que reviente, ni el pantalón que se descosió, pues sale más barato coserlo que comprar uno nuevo”, platican.
Hugo tiene 23 años, de los cuales 17 ha vivido en el barurero, porque así lo llaman, no relleno sanitario, ahí ha sido testigo de muchas historias.
Como aquellas de compañeros que mueren por enfermedades, por no poder pagar el servicio médico; niños que se vuelven adictos al resistol, platica que un día le fue bien y halló un billete de 500 en un pantalón que tiraron.
Pero esos días ya pasaron, ya que aunque poco saben sobre el aumento en la gasolina, canasta básica u otros conceptos, todo finalmente les afecta, ya que la clase media se aprieta el cinturón y sus desechos son literales, poco aprovechables.
“Los muebles los tiran destrozados, sin poderlos usar y la ropa está llena de hoyos, antes uno le ponía un parche y se podían usar, pero cada vez tiran cosas que ya no se pueden utilizar”.
Acepta que la ropa que está en mejores condiciones, la que casi está nueva, es la de bebé, pero esa casi no les sirven, ya que de lo que hallan lo usan para vestirse, “mira esta playera, pantalón, hasta los zapatos, son de aquí”, dijo a modo de testimonio.
Martín su amigo de 30 años, tiene 20 años trabajando en el basurero, cuando inicialmente acompañaba a sus padres de pequeño, por lo que recuerda que antes era común hallar entre los desechos; dinero o joyas, las cuales vendían para comer bien ese día.
“Ahora no es así, si acaso encuentran un anillo o pulsera cada mes, “la gente ya se fija más en lo que tira”.
Negó la idea que los trabajadores del relleno sanitario vean cosas raras, dijo, todo es común, comida, plástico, papel, ropa, nada fuera de lo normal, aunque recordó que hace ocho años hallaron algo que le quito el aliento.
“Un bebé, allá por donde viene la camioneta (100 metros de donde estaba) dejaron una bolsa negra y dentro de ella un bebé de meses que ya venía muerto”, recordó.
Carlos, un señor adulto con mirada triste, platicó que él vive en ese lugar, lo cual implica un desafío, sobre todo cuando se registran lluvias, frío, ya que sólo cuenta con una casa de cartón para protegerse, además que abundan las ratas y víboras.
“Anoche regresaba a mi casa y me salió una víbora, la tuve que matar a palazos en la cabeza, pero me sacó un buen susto”, dijo mientras que con un tubo mostraba el réptil de 2 metros que colgaba en forma de trofeo a las afueras de su improvisada casa.