En los días cercanos, una nueva oleada de violencia mortal ha azotado a Tamaulipas. Difícil es saber si este lapso trágico es más alto o más bajo en número de víctimas con otras semejantes, de tantas que se han registrado en el Estado en los últimos años.
Aprieta al corazón y estruja al alma este escenario, pero en medio del mismo no parece ser el mejor camino caer en desahogos emocionales y señalamientos reñidos de algún modo con la justicia para culpar totalmente de este drama como ya lo hacen muchos, al actual gobierno estatal, pese a la innegable responsabilidad que ya tiene éste para actuar en ese terreno.
¿Por qué esta opinión?
Si me permite, para tratar de responder expondré un paralelismo con lo que sucede en el panorama nacional y el gobierno federal.
El mandato capitaneado por Enrique Peña Nieto, aunque la mayoría se obstine en quemarlo en leña verde, no creó ni impulsó la atroz carnicería que sigue registrándose en el país. La recibió como un legado brutal del sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, que desde el primer día le quemó la frente como hierro ardiente a quien le sucedió. Y sigue quemándole.
Es sumamente fácil destruir, como lo es también encender la mecha de un polvorín. El estallido es de una sencillez aterradora pero el daño puede ser tan
grave que volver a la normalidad lo siniestrado cuesta muchísimo más que el cerillo usado para generar la explosión. Podemos estar seguros: pasarán dos o tres sexenios más, del color, siglas o sin partido, como los votantes decidan, para que México empiece a reencontrarse con la legalidad. Así de bárbara fue la herencia que dejó Calderón Hinojosa.
Toda proporción guardada, es el mismo caso de lo que azota a nuestra patria chica.
Lo que vive la entidad en estos días –para qué citar nombres o partidos– es todavía herencia roja de gobiernos anteriores. Son hechos delincuenciales que
no se gestaron hace tres o cuatro meses sino que tienen cuna en por lo menos una década atrás, en una espiral delictiva que ha envuelto sexenio tras sexenio, insisto, al país y no sólo a Tamaulipas.
¿Qué la actual administración estatal debe enfrentar el problema sin retraso y sin justificaciones de competencia?… Por supuesto que sí y lo que hasta ahora he visto y leído apunta hacia la voluntad de este gobierno para cumplir con ese cometido, pero en forma paralela endosarle toda la culpa de lo que padece la entidad en ese terreno y exigirle que lo resuelva en cuatro meses, cuando el gobierno federal con todo y su poder económico y logístico no ha avanzado ni siquiera un centímetro en cuatro años y meses, me parece, no sé si haya quien comparta esta percepción, un reclamo alejado de la cordura.
No es la intención hacer una defensa, nada más lejos de esa finalidad. Es sólo tratar de darle espacio a la razón y por lo menos otorgar, a quien corresponda, el beneficio de la duda…
Pérdidas y ganancias
La Universidad Autónoma de Tamaulipas vive tiempos de zozobra. Y nadie debe llamarse sorprendido de este escenario.
La llegada de un gobierno estatal con origen partidista diferente al que cobijó a la actual administración de nuestra Alma Mater, anticipó desde el resultado de la votación para el relevo sexenal un reacomodo en esa estructura académica. Si toda una clase política en el Estado fue sacudida hasta las raíces no había por qué esperar que la UAT fuera una excepción.
Sin embargo, en apego a la justicia, sea cual sea el resultado de lo que manejan las redes sociales y el cuchicheo en cafés y pasillos, soy un convencido de que la rectoría de Enrique Etienne ha logrado más beneficios que provocado problemas. Con él, terminaron los maestros “piratas” y los alumnos “fósiles”.
Con él. se dio fin a cacicazgos grupales que estancaron a las facultades durante décadas. Con él, se acabó el derroche en becas a favoritos del sistema.
Si se queda, muy bien. Si se va, mi respeto como tamaulipeco…
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