Debería estar su servidor repleto de fervor patriótico, henchido el pecho por la defensa de nuestra dignidad nacional y orgulloso, además, de la postura de los diputados federales, en especial los tamaulipecos.
El sentimiento debería darse por el aparente valor cívico de los legisladores mexicanos en torno a la potencial revisión –anunciada por el nuevo gobierno de Estados Unidos– del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, conocido por sus siglas resumidas como TLC.
Pero no es esa la percepción personal que resulta de las declaraciones vertidas por la mayoría de esos legisladores.
En este fin de semana recién pasado, una de las voces que se pronunció sobre ese panorama fue la de la entusiasta diputada federal por el distrito de Nuevo Laredo, Yahleel Abdala Carmona.
Cito un fragmento textual de esa declaración:
“Bajo amenazas no se puede gobernar un país como lo pretende hacer Donald Trump y no permitiremos por ningún motivo que se impongan condiciones unilaterales que beneficien sólo a una de las partes”.
Mucha decisión aparente, pero en la realidad, muy poca posibilidad de intervención.
Debe recordar la bella diputada que si se aplicara un criterio de beneficio unilateral dejaría de ser el TLC un acuerdo y se convertiría en una imposición, lo cual sólo se da en una relación de rey y vasallo o de vencido y vencedor en una guerra. No hemos andado lejos de esas circunstancias, pero no hemos descendido tanto. Bueno, aún. A lo anterior habría que agregar que un tratado es precisamente un consenso y si uno de los protagonistas no coincide en los términos –lo mismo sucedería si fuera México el inconforme– sencillamente no puede existir el necesario acuerdo. Y ni modo de pensar que podríamos obligar a Trump a ceder, impresionado éste por la fiereza mostrada por nuestros representantes populares.
Bonito discurso admirada legisladora, pero en los hechos, poco útil…
¿Cuál diferencia?
Uno de los fantasmas más amenazantes para México surgidos por la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos es, de acuerdo a los analistas del tema, la deportación masiva de paisanos.
Pero no entiendo bien esa preocupación.
Si se echa un vistazo a la administración de Barack Obama, el supuesto “bueno de la película”, el regreso obligado de connacionales desde ese país registra en ese mandato las cifras más altas, casi escandalosas, en las administraciones presidenciales cercanas del vecino país.
¿Entonces por qué extrañar a Obama?
La verdad es que a nuestro país le fue muy mal en ese terreno durante el gobierno de Barack, en el cual las fronteras y en especial las tamaulipecas, se atiborraron de “remesas” humanas de mexicanos que fueron repatriados. Y lo más seguro es que nos hubiera ido por lo menos igual si hubiera ganado Hillary Clinton.
La diferencia es que el gobierno anterior aplicó la deportación masiva sin reflectores, sin anuncios escandalosos y sin argumentos ofensivos. Se nos hizo costumbre ver llegar cada mes a los cruces fronterizos a miles de paisanos con boleto de salida de Estados Unidos. Y nadie o casi nadie satanizó a Obama.
Hoy, como él lo sigue anunciando, hará lo mismo Trump, pero con estilo de patán, buscabullas de callejón, soberbio, grosero hasta la obscenidad y con anuncios mediáticos. Por eso el resentimiento y hasta el odio hacia el magnate, porque no maquilla sus acciones, Las lleva a cabo y se acabó.
Como puede ver, en el fondo, todos los presidentes norteamericanos son casi lo mismo…
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