Un viejo son cubano de CARLOS PUEBLA se hacía cargo hace medio siglo de las vecindades geográficas cuando estas se tornan indeseables.
Con aquella voz engolada y a manera de estribillo, insistía el cantautor que “si a mi vecino no le gusta como yo vivo, pues que se mude, que se mude.”
Fantasía musical, claro. Salvo circunstancias excepcionales, las naciones no cambian de territorio. Vecindades inevitables, están condenadas a soportar, coexistir y, al paso del tiempo, tender lazos de integración con los pueblos próximos.
La condición limítrofe entre México y Estados Unidos resulta, pues, obligada y sin elemento alguno que justifique una mudanza masiva, ni de allá ni de acá.
El maestro PUEBLA lo cantaba a ritmo de “guaracha”, a propósito de la incomodidad estadounidense ante la revolución cubana (“mi manera de vivir, no me la cambia ninguno y lo digo por si alguno, piensa que eso va a ocurrir”).
Picardía que deviene en broma jocosa sí la trasladamos a los tres mil kilómetros de frontera que unen y separan a la nación de MIGUEL HIDALGO con la de GEORGE WASHINGTON. Hermanos siameses, en efecto.
NO ES LO MISMO
Aún así, tiene validez la estrofa: “y de paso le diré, al yanqui que está rabiando, que se vaya acostumbrando, porque aquí me quedaré.”
México no se va, tampoco Estados Unidos. Estamos condenados a lograr alguna suerte de entendimiento entre los hijos (diría PAZ) de la Nueva España y la Nueva Inglaterra.
Sirva esto para entender por qué la brutalidad de DONALD TRUMP se ve obligada a otorgar un matiz distinto a sus pataletas contra el TLCAN y el TPP.
El primero es el Tratado de Libre Comercio para América del Norte, entre México, Canadá y Estados Unidos. El segundo es el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (en inglés: Transpacific Partnership, TPP).
Las fotos de este lunes muestran a un TRUMP expansivo y feliz, manoteando con un legajo de actas donde recién ha firmado su ruptura tajante, ruidosa, con el TPP.
Acuerdo joven firmado apenas en febrero de 2016, por una docena de países de tres continentes, América, Asia y Oceanía, buscando reducir barreras comerciales y homologar leyes de propiedad intelectual, derecho laboral y ambiental.
La cosquillita es inevitable. ¿Por qué el flamante emperador neoyorquino puede darse el lujo de mandar a la basura el TPP, firmar su abolición y carcajearse de ello mientras programa cuidadosas reuniones con sus socios del TLCAN, canadienses y mexicanos?
Vecindad le llaman. La frase latina que señala oficialmente el destino de Canadá (“A mari usque ad mare”, “De mar a mar”) le queda perfecta a sus dos socios comerciales, Estados Unidos y México.
¿LE ATORA?
Rememorando a CARLOS PUEBLA, la geografía humana raramente se modifica. Aunque a veces no falten las ganas de pedir que se muden y se vayan mucho a ya saben dónde.
Menos en estos tiempos de estados nacionales bastante mejor fincados que los reinos de la antigüedad.
Ciertamente, ni borracho ni bravucón comen lumbre. Habrá que pensar en TRUMP como un espécimen emanado del showbiz, aunque no artista sino empresario.
Mundo donde las apariencias lo son todo y el “bloff” es parte obligada del oficio. Se diría que una necesidad diaria. Adicción por el casting.
Su numerito con el TPP lo pinta como el ogro furibundo que lanza escupitajos ante la negociación inminente del TLCAN con sus colegas ENRIQUE PEÑA NIETO y JUSTIN TRUDEAU.
Ayer en su discurso desde Los Pinos, el canciller LUIS VIDEGARAY hizo un recuento largo y pormenorizado de las regiones industriales en Estados Unidos cuyas empresas (viabilidad, utilidades, empleos) descansan en sus ventas a México.
Muy larga la lista, California, Indiana, Pensilvania, Wisconsin. Demasiado que perder, veremos si TRUMP le atora, veremos si come lumbre.
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