No obstante el fuerte rechazo de los ciudadanos al priismo a causa de los gasolinazos, el ex diputado local Ramiro Ramos Salinas se convirtió ayer en el primer valiente que levantó la mano para decir que está interesado en buscar la candidatura del PRI a uno de los escaños del Senado que estará en juego en los comicios del 2018.
Sin embargo, el recientemente designado Subsecretario de Operación Política del Comité Ejecutivo Nacional del tricolor aclaró que esperará a que concluya el proceso electoral en el que serán renovadas la gubernaturas de los Estados de México, Coahuila y Nayarit y las alcaldías del de Veracruz, el próximo 4 de junio, para refirmar sus pretensiones políticas.
¿Cuál fue la finalidad entonces de destaparse con tanta anticipación?
No se sabe. Sin embargo, como el nativo de Nuevo Laredo no tiene nada que perder y sí mucho que ganar, para empezar que los tamaulipecos no se olviden de su existencia ni de las tareas que la asignado el alto mando nacional y al mismo tiempo demostrar que no es un político sexenal, que nació, creció y murió con la administración del tristemente célebre ex gobernador Egidio Torre Cantú, como se piensa, sino que seguirá vigente.
Pero si durante el régimen de ETC no logró que le dieran como premio de consolación la candidatura de alcalde de su Estado natal, qué puede esperar el ex presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado ahora que Tamaulipas es gobernado por el PAN.
De cualquier manera hay que reconocer su valentía o temeridad, ya que aspirar a un puesto de elección popular con todo en contra tiene su mérito.
En contraste con lo que ocurría cuando el Revolucionario Institucional gobernaba el Estado, cuando a estas alturas las listas de los presuntos aspirantes a alcalde y diputaciones locales, ya eran largas, a 12 meses de la definición de las del año entrante, salvo el caso de Ramos Salinas, nadie ha expresado públicamente su interés en salir a defender la camiseta del ex invencible.
Tenemos entendido que hay varios agazapados, sin embargo, conforme aconsejan los cánones no escritos, seguramente esperarán hasta último
momento antes de levantar la mano y confesar sus aspiraciones. De cualquier manera sería bueno no olvidar lo nombres del ex diputado Eduardo Hernández Chavarría, Fernando Azcárraga López y Olga Sosa Ruiz, en el caso de Tampico, tampoco los de Erasmo González Robledo y la ahora presidenta estatal del
Instituto de Contadores Públicos de Tamaulipas, Honoria Mar Vargas, en el de ciudad Madero.
Con el sindicato petrolero en la lona, los priistas del grupo político del ex alcalde Guadalupe González Galván son los indicados para tratar de reivindicar los jirones de la desteñida bandera del ex partido de la Revolución.
En donde el panorama luce desierto para los priistas es en Altamira. Tras la debacle del 2016, difícilmente volverán a quedarles ganas de asomar la cabeza por una larga temporada a los carrillistas Griselda y Pedro, como no sea para exponerse a ser el blanco de la críticas de los propios militantes y compañeros de partido, mucho menos a el ex munícipe Javier Gil Ortiz.
Los enterados les recomiendan dejar pasar la próxima sucesión.
Cambiando de tema, después de más de 20 años de sufrir las consecuencias de la apertura comercial impuesta por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los productores mexicanos tienen la esperanza de que el presidente Trump ponga fin al acuerdo entre los Estados Unidos, México y Canadá.
Y es que, no obstante que oficialmente se habla de los enormes beneficios que ha generado el convenio, a los de abajo sólo les ha provocado penurias. La apertura a la entrada de toda clase de productos proveniente principalmente de los EE. UU. que inundaron al país acabó con la cadena productiva mexicana y dejó en la ruina a miles de agricultores y campesinos.
Expertos del Banco Mundial coinciden en que el TLCAN no solamente no ha contribuido a las metas de desarrollo nacional sino que las ha obstaculizado. Las ventajas son mínimas y mal distribuidas, las desventajas, en cambio, muchas y de largo plazo. A causa de ello, México perdió la soberanía alimentaria, se agudizó la situación del campo y los únicos grandes beneficiarios fueron, como siempre, los integrantes de las Élites.
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