Es una vieja historia aplicada por los propios priistas.
Cada ciclo sexenal de poder, la generación entrante sepultaba el pasado para que brillara el presente, en una maquillada ruptura con los antecesores para opacar nombres, apellidos y acciones para ceder los reflectores a los nuevos soles.
Tamaulipas nunca fue la excepción. Inclusive entre amigos y hasta entre socios los priístas aplicaban esa especie de regla no escrita.
Hoy sucede algo parecido. pero con un ingrediente que cala más hondo.
No se trata sólo de “banquetear” a una parcela del poder, sino darle sepultura política a casi siete décadas de hegemonía partidista. A la del PRI.
Y la limpieza, como dice la voz popular, empieza en casa. Es en Reynosa, hogar de quien todos sabemos, donde se observan las señales más claras del
desmantelamiento priísta a través de la extinción de sus viejos cotos de poder, en algunos casos justificados por sus ya insoportables abusos y depredaciones.
Se explica así la artillería contra Reynaldo Garza Elizondo como dirigente de la CTM reynosense en búsqueda de su retiro obligado, el reemplazo abrupto de líderes de maquiladoras afines al PRI, el alejamiento y reemplazo de empresarios ligados al mismo partido, los movimientos de líderes en la Universidad Autónoma de Tamaulipas y otros ajustes en preparación, que dan una idea clara del declive tricolor impulsado desde bastidores.
Al PRI le funcionaba esa práctica porque en realidad esa “alternancia” era sólo de caciques y grupos, quienes “no hacían ruido” porque a la vuelta de un sexenio retornaban a las primeras filas. En apariencia se sometían a los golpes de timón en el entendido de que sólo debían esperar. “Me toca a la siguiente”, decían. Así se montaba la escenografía gubernamental en Tamaulipas durante el priísmo.
Pero hoy es diferente. Es evidente que se trata de un adiós definitivo –por lo menos durante seis años– a todo un ciclo político histórico. Y al margen de si es positivo o no, dos factores aparecen como riesgos latentes.
El primero es la descomposición social del Estado. Ante un escenario en el cual para el PRI no hay mucho que perder porque ya lo han perdido casi todo, las parcelas de poder tricolores –y precisamente Reynosa es la muestra más evidente– no van a esperar ahora como antes, a “que les toque” ni están obligados a ofrecer una disciplina ancestral a quien no existe como eje de poder.
De esos grupos se pueden esperar muchas cosas, menos docilidad. Con un pie en el borde del abismo, pelearán por su supervivencia. Y si como amigos son malos, como enemigos son muy buenos.
El segundo es qué está haciendo y qué hará Tamaulipas sin esos cotos de poder políticos y económicos que lo sostuvieron y aún lo hacen en muchos casos, para no sufrir en ese golpe de timón un estancamiento.
Si me permite un paralelismo, una maniobra radical para ahuyentarlos es como reconstruir una casa quitándole sus cimientos en mal estado pero sin haber colocado antes pilares nuevos que impidan que la edificación se derrumbe.
En lo personal, me parece saludable cambiar antiguos y repudiables esquemas en donde no sólo era necesario oxigenar las estructuras gubernamentales, sino expulsar a rémoras dedicadas a sangrar a la Entidad.
Pero no se pueden cambiar las llantas viejas, parchadas y sin “callo” de un automóvil sin tener sus reemplazos, las cuales deben ser de alta calidad y no de marcas “patito” que duren apenas unos meses y se revienten al menor pinchazo o en el más pequeño bache. Y en Tamaulipas no hay baches chiquitos.
Bienvenidos los cambios en estructuras priístas carcomidas y controladas por caciques enriquecidos en forma casi obscena al amparo del poder, pero al mismo tiempo sería deseable darle la misma bienvenida a los expertos y a los profesionales que pueden rescatar al Estado.
Aún se está a tiempo…
Twitter: @LABERINTOS_HOY