MÉXICO.- Un grupo de agentes de la Policía Federal (PF) huye a toda velocidad del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Nadie en las calles sabe que esos hombres embozados y armados temen que en cualquier momento se pueda desatar una balacera a plena luz del día, si alguien intenta cerrarles el paso. Y aunque viajan en dos vehículos blindados con ametralladoras en lo alto en señal de amenaza —y además les han asignado una escolta que les abre el paso por las avenidas— van con los nervios alterados.
Se mueven con la urgencia de una ambulancia con un moribundo. Y de cierto modo, eso creen que llevan: un condenado a muerte. Horas antes, un agente, acompañado de otro que pertenece a la División de Detección de Narcóticos, descubrió 300 kilos de cocaína ocultos en varias maletas procedentes de Lima, Perú. El tamaño del decomiso había prendido los focos de alerta en el gobierno federal: una cosa es hacer campañas de prevención para que las drogas no lleguen a las calles y otra, muy diferente, es arrebatarle a los cárteles un paquete que tiene un valor de unos 8 millones de dólares. Así que se emitió una orden desde lo más alto de la PF: el agente que hizo el hallazgo debe ser sacado inmediatamente del aeropuerto ante la posibilidad de que atenten contra su vida, mientras el otro compañero hace los trámites para poner a disposición de las autoridades el estupefaciente decomisado.
La operación de, al menos, seis agentes de élite protegiendo al gran descubridor de la droga se prolonga por la ciudad. Rompen los límites de velocidad por las calles, rebasan a los automóviles, pisan el acelerador hasta el fondo y terminan por devorar unos 18 kilómetros. Sólo hacen alto hasta que entran a las oficinas de la Policía Federal en la zona de Coapa, al sur de la ciudad. Una vez que se estacionan ahí, los nervios se disipan. Pero el custodiado no está preocupado. En lo absoluto.
Cuando se abren las puertas de la camioneta blindada, el agente baja de un salto. Y mueve la cola. Para él —un perro de raza labrador de ocho años que trabaja localizando droga en la Unidad Canina— sólo ha sido un día más de juego.
—Yo creo que es normal que si tú quieres cierta cantidad de dinero, y vas a hacer tráfico de drogas, (los criminales) le van a poner precio a tu cabeza y a la del perro— cuenta en su oficina el suboficial, Hiram Zaragoza, encargado de Operaciones y Planeación de la Unidad Canina de la Policía Federal.
Porque eso sucede en México: hace varios años que el país está en ese punto en que los narcos ya amenazan hasta a los animales.
Hasta el momento, la Policía Federal reporta que ningún perro ha sido asesinado por el narco. Pero eso no se debe a la falta de puntería de los cárteles, sino al estricto protocolo que hay en el gobierno para proteger a los binomnios de la K9. Se les trata como agentes de élite que todos los días se juegan el pellejo, aunque ellos no lo sepan.
Para evitar que sean envenenados, a los perros de K9 sólo los puede alimentar su pareja humana. Para evitar que los rafagueen, cada vez que hay un decomiso o hallazgo importante son llevados a un lugar seguro escoltados por vehículos acorazados y artillados. Para evitar que fallezcan a causa de una enfermedad o atentado, el protocolo dicta que cuando un binomnio llega a un estado del país, el humano debe investigar dónde están los hospitales veterinarios más cercanos.
Al ser desplegados a zonas peligrosas, el agente duerme con su perro asignado, se baña con el perro, incluso va al baño con el perro. En la mayoría de las ocasiones, los policías que pasan largas temporadas fuera de casa narran que hablan más con su can que con sus propios hijos.
Con información de Excelsior.