¿Partido o movimiento?, la diferencia es fundamental. Lo curioso en este México nuestro es que un partido utilice en sus siglas la palabra movimiento: MORENA.
Aun otorgándole el beneficio de la duda, que la decisión de AMLO haya sido honrar a los hermanos FLORES MAGÓN por aquello de la Regeneración Nacional, lo cierto es que el nombre cuadra bien con las siglas que se desean conjuntar, en términos de marketing electoral.
MORENA es una de las formas que los católicos mexicanos emplean para referirse a la advocación guadalupana.
Símbolo popular por excelencia, tan larga y profundamente arraigado en la memoria colectiva que el propio HIDALGO lo empleó para convocar al pueblo hace más de 200 años.
Aunque nada de esto responde todavía a nuestra pregunta inicial. El planteamiento es básico porque el concepto de partido constituye la forma más adulta y actual de organizarse políticamente para buscar el poder por la vía electoral.
Hablar de partido supone reglas claras en la competencia interna por cargos de dirección y candidaturas (en los tres niveles), doctrina y principios definidos, métodos de organización que le den forma a sus tareas de proselitismo y (de manera muy particular) al ingreso de nuevos miembros. Perfil, derechos y responsabilidades.
Desde luego, un programa económico expresado en términos claros y precisos, que vayan bastante más allá del lugar común.
Creo que todos los mexicanos (de todos los partidos) y hasta los ciudadanos sin partido coincidimos en objetivos como crecimiento, pleno empleo, libertad, soberanía, independencia, justicia, equidad, transparencia y honestidad en el manejo de los recursos públicos.
Las diferencias afloran en el “cómo”. Es decir, en el camino trazado para la consecución de todos y cada uno de dichos propósitos.
Como desprendimiento que es del PRD, se diría que MORENA es un partido de izquierdas que favorece la intervención más firme del Estado en la economía, defiende la propiedad gubernamental del sector energético (luz, combustibles), hace suyos asuntos como la educación y la salud públicas, la vivienda social y el estado laico, entre otras banderas.
Acaso por ello habría que preguntar a muchos de los nuevos miembros que el señor LÓPEZ OBRADOR recluta de manera instantánea (y por montones) si conocen al menos los principios doctrinarios del MORENA.
Es decir, si, entre una tirada y otra de golf, mientras ensayan algún clavado en su alberca o van de compras a San Antonio, han tenido tiempo de reflexionar sobre el compromiso que representa el pertenecer a una organización que (al menos en el papel) se autoproclama de izquierda.
Por supuesto, la culpa no es de los recién llegados sino del tipo de reclutamiento impuesto por ANDRÉS MANUEL, quien además de dirigente opera como precandidato
único a la presidencia de la República.
Salvo la mejor opinión del lector, la impresión es que MORENA no es todavía un partido estructurado, con bases y cuadros dirigentes organizados territorialmente.
Hace honor a su nombre, se trata de un movimiento.
Entusiasmo colectivo que tiene mucho de espontáneo y gira en torno a un liderazgo. De ahí la duda sobre la suerte que podría correr cuando su carismático dirigente pase a retiro, por razones naturales propias de la edad, como ocurrió con CUAUHTÉMOC CÁRDENAS y PORFIRIO MUÑOZ LEDO, fundadores del PRD.
La diferencia es que (mal que bien) en Sol Azteca ha sobrevivido a sus fundadores y preserva (aún de manera menguada) su organización y hábitos de partido.
Ciertamente, si AMLO gana en 2018, la consolidación de MORENA tendría más posibilidades. Pero si vuelve a perder, se abre para este organismo una interrogante esencial en torno a su identidad y supervivencia. No es un tema fácil.
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