Mi generación ha perdido peso y muchos de mis amigos han extraviado las nalgas.
Y es que el tiempo es un filoso cuchillo arabesco que nos depila lentamente.
Los cirujanos plásticos hacen maravillas porque he visto restauraciones fantásticas de
amigas que fueron muy bellas y que aún conservan algunos recuerdos faciales, pero no en pocas ocasiones me topo con Frankestein Junior de incrustaciones de piel que paren rompecabezas.
Hace algún tiempo me topé con una amiga así: repujada, me dijo; “¿No me conoces?”. Le conteste “no”. Soy fulana. Tenía como 15 años que no le veía la cara. Estaba desencajada. Los ojos por lo estirado se le hicieron de Tokio y la boca esponjada parecía una becerrita en brama. Sus antiguas
y excelentes nalgas que la hicieron avanzar políticamente parecían fundas de almohada.
La verdad no la reconocí. Y confieso que al principio me espanté. El tiempo es más carbón pero no hay cosa mejor que envejecer con dignidad.
El ejemplo mejor es la hermosa esposa del Presidente francés Macon que conserva su fragancia y su inteligencia. Ya miran lo que le dijo Donald Trump: “Se conserva en buena forma…”.
Volvamos a las comparaciones que chocantes pero necesarias. Los peculadores y peculadoras pueden gozar su peculado pero su belleza ya voló y la money que se volaron no les sirve ni para comprar nuevas nalgas o pechitos de cabra pinta.
Y es que la edad es cabrona y se nos empiezan a caer las piezas de repuesto. Confieso que cuando voy a la playa me meto en pijama como las del Charleston. Oculto mis estrías y los “colgijis” de piel los cubro con las olas. Ya no tengo conejo, ahora sólo un par de lagartijas y la reata de Cuerudo Tamaulipeco se hizo dura y no la puedo ablandar. No soy ni Charles Atlas de las revistas de los sesentas. Soy un Travieso Charleston.
Pero no soy ladrón ni peculador profesional de la cultura. Tal vez eso me ayuda a mantener mi risa en un trabajo apasionante que es pintar y escribir. Le meto mano a mi novela El Murciélago Gótico.
Pero me meto a la playa como bombero atómico para que mis nachas no se las lleve “Sobre las olas” de Juventino Rosas.
No de avergüence de su coliflor ni de sus “vergüenzas” como decía mi tía Matiana.
Nada que ver. Caminemos con dignidad aunque ya estemos para el arrastre.