Parece poco probable que la llegada de José Murat como delegado del PRI en Tamaulipas favorezca a alguno de los aspirantes a la dirigencia tricolor, y en eso parecen coincidir los dos o tres que tienen verdaderas posibilidades.
En todo caso, el arribo del ex gobernador de Oaxaca -padre del actual mandatario, para que nadie dude que en México existen auténticas dinastías políticas- pareciera un mensaje de la cúpula tricolor: después de todo, Tamaulipas sí les importa.
Envían a la entidad a un operador de la vieja guardia, un fajador de los que tanto extrañan las huestes priístas.
Su primera acción como delegado llegó ayer por la tarde en forma de comunicado.
Después de meses de silencio y de poner la otra mejilla, la dirigencia interina estatal, respondió una ofensiva.
Un documento firmado por Aída Zulema Flores, contestó en duros términos a las palabras de Ricardo Anaya, quien el miércoles cuestionó el proceso priísta por los supuestos antecedentes negativos de Óscar Luebbert.
Al joven dirigente panista lo acusaron de corrupto, mentiroso, oportunista y le exigieron que no se involucre en los asuntos internos del PRI.
Imposible no ver la mano de José Murat detrás de este furioso contragolpe, que en el fondo presagia lo que está por venir con su arribo a Tamaulipas.
Habrá quienes vean en el carácter de Murat, una posibilidad de identificación con Óscar Luebbert, quien a todas luces se ha presentado como la alternativa antisistema, aunque evidentemente esté relacionado -igual que el ex gobernador de Oaxaca- con el viejo perfil de la política mexicana.
Lo cierto es que más que imponer a un dirigente palomeado desde la Ciudad de México, el delegado trae la tarea de planchar la designación para evitar que el PRI se resquebraje todavía más.
Sabe bien que en la capital del país hay profunda preocupación por el pasado de muchos de los liderazgos políticos tamaulipecos. Qué tanto va a pesar ese temor a la hora de las definiciones, solo él lo sabe.
A final del cuentas, si de algo puede presumir, es de conocer de primera mano el pulso de Los Pinos, más allá de lo que pueda opinar Enrique Ochoa Reza, quien en esta jugada, queda convertido en un cero a la izquierda.
Ni duda cabe de que Murat no solo tiene más colmillo, también tiene más peso político y las decisiones que pueda tomar serán avaladas por el presidente de la República antes que por el presidente nacional del partido. Por eso, resulta evidente que la presencia de Murat no está solo pensada en sacar adelante la renovación de la dirigencia de la forma más organizada posible.
Murat viene con los guantes puestos para el 2018, cuando el PRI librará una de las batallas más importantes de su historia en Tamaulipas. Una pelea de vida o muerte a la que por primera vez acude como la víctima perfecta.
Es cierto que dos años es muy poco para que hayan aprendido a competir desde la oposición, pero no tienen de otra. Hacérselos entender será otra de las misiones del nuevo delegado.
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