Una parvada de palomas urbanas, de plumaje manchado por el tiempo, suele volar todavía sobre la plaza taciturna del 15 y 16 Hidalgo. El estiércol de los pichones y sus aposentos centenarios, anidados en el filo de las cornisas, constituyen el lenguaje cifrado del poder político, asentado en el interior de la estructura militar de palacio. El verbo de una verdadera defecación de altura, alcanza conjugaciones sublimes.
Desde Raúl Gárate, el militar carrancista, a la fecha, las lápidas invisibles de la fortuna y del desgaste político, parecen sonreír con sorna, ante los nuevos personajes que engalanan, el palacio de gobierno, con su primera esquina, orientada hacia donde nace el sol: astro mítico de veneraciones renacentistas, tan brillante como el oro, y tan predecible en su declinación, como el día y la noche. En la balanza del claroscuro, la
opacidad gana terreno.
La metáfora explicita del sexenio y sus resplandores, tiene, un momento de expectativas, otro de plenitud y los dos últimos años son de desgaste y de decepción. Al final, los gobernantes salen con un cúmulo de errores y desprestigios, imposibles de remediar, heredan tres o cuatro cómplices a la nómina institucional, y después se cuidan del que los sustituye, pagándole a la historia, el caro tributo de formar parte del pasado, y apestar con su
presencia, las virtudes emergentes del presente.
Durante las últimas décadas, la política como praxis, se ha envilecido de manera gradual y sostenible, convirtiendo las sedes de la política pública, en museos insaciables de los excesos, superiores en derroche, a los desplantes faraónicos del Egipto antiguo, o bien mucho más cruentos y desgarradores que, las locuras de los Nerones y los Calígulas, en el decadentismo romano.
La memoria de la política tamaulipeca, está hecha de mitos: el primer gobernador del siglo XX, don Guadalupe Mainero Juárez, saltó del periodismo a la política, y de ahí, se dice, se hizo amigo del dictador Porfirio Díaz. Su peor error, fue edificarle un monumento a Iturbide. Pero ya desde los tiempos del Gobernador Raúl Gárate, se sabe que dicho político intervino para garantizar la impunidad de los célebres asesinos de la actriz Gloria Landeros, en la frontera de Tamaulipas.
Uno de los mayores críticos del poder político tamaulipeco, el escritor y analista Carlos F. Salinas Domínguez, fue invitado hace algunos años, por el gastroenterólogo Norberto Treviño García Manzo, para que disertara sobre el sexenio de su padre, el gobernador Norberto Treviño Zapata.
(Treviño García Manzo, estudio en la UNAM, la carrera de médico cirujano e hizo su especialidad en el prestigioso hospital judío, Monte Sinaí, ubicado a un costado del Central Park, en Nueva York).
Todo lo anterior sucedió en la reciente administración de Egidio Torre Cantú. La conferencia se celebró en un pequeño auditorio del Teatro “Amalia G. de Castillo Ledón”. Ahí, ante una concurrencia compuesta de funcionarios públicos y políticos, entre los que se encontraba el papá del gobernador en turno, el doctor Egidio Torre López. En dicho claustro, con su acostumbrado desparpajo, Carlos F. Salinas presentó al sexenio treviño zapatista, como el mejor o el menos peor en la historia política reciente de nuestro estado.
Pero, lo que quiero aquí resaltar, no este rasgo que, sin duda, ennoblece a Salinas Domínguez, pues al ser invitado por el hijo del ex gobernador homenajeado, no podía menos que echarle piropos, pero eso sí, bien fundamentados. Lo más interesante de esa velada, fue que el conferencista dijo ahí ante todos los que lo escuchábamos, que todos los gobernadores o al menos, las últimas cuatro o cinco décadas, Tamaulipas había tenido gobernantes narcos.
Nadie, absolutamente nadie se paró para desmentirlo. Y al final los distinguidos asistentes se pusieron de pie, para comentar que había sido una excelente charla. Carlos F. Salinas, terminó la conferencia, acomodó unos viejos periódicos de la época treviñista en una carpeta y se fue, como un fantasma que se apareció esa noche, para pensar en voz alta, como una especie de subconsciente desbocado, justo en la cabeza geopolítica de Tamaulipas.
En su voz honesta y lúcida, Salinas Domínguez masacró también al mismo sexenio cavacista, con el cual tuvo coincidencias visibles, al menos en la etapa de la campaña electoral.
Nadie hasta ese momento imaginaba, que esa decadencia política, descrita por Carlos F. Salinas, sería la puerta por la cual maduraría el hartazgo social, y llegaría un sexenio alternante, y un partido diferente al PRI.