Estos días los he vivido en Matamoros bajo un sol inclemente, casi enfrente de las corvas del Golfo de México que capea los huracanes de la Florida.
Y cuando se piensa que el tiempo está fresco y que Playa Bagdad es un oleaje, ni es así.
Matamoros se viste de gala para estar de Fiestas Patrias. Los colores se caen desde los barandajes y la logística de las autoridades y militares concuerdan para hacer del festejo una alegría y recogimiento patrio.
Matamoros vive su Independencia a la vera del río, altiva y cuatro veces heroica. El palacio municipal luce limpio y ya asoman las banderillas por la calles.
La ciudad luce como espejo y se respira cierta tranquilidad.
Los adornos, la bisutería china acarrea a los curiosos ante la catarsis de los boleros que bostezan en este mediodía de sol y de leve calor picante como que sí como que no.
Matamoros ha mantenido su dibujo original. Sigue siendo armonioso en su color y señorío en sus casonas.
La gente camina tranquila. Aquí ni ha pasado nada. El Grito lo celebraremos en el encuentro de nuestras raíces de la patria del sur de los Estados Unidos y el noreste mexicano.
Se respira la patria en una de las esquinas hermosas donde Jaime Nuno estrenó las estrofas del Himno Nacional en el orgulloso Teatro Reforma.
El cielo es un pizarrón de estrellas dormidas, esperando el estruendo de los cohetes y el asombro que nos dibujó en la cara mexicana ante el cohete luminoso que sube y baja. Es el asombro, la Patria es un asombro de esperanza.