Hace algunos lustros, varios amigos fuimos a la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, (URSS) hoy mejor conocida como Rusia, patrocinados por el gobierno de José López Portillo. Fue un viaje excepcional, donde aprendimos a establecer los contrastes que se dan entre el sistema socialista y el capitalista.
Estando allá por más de 30 días, me di cuenta que prevalecía una enorme igualdad en la conformación social, porque es uno de los enunciados del Marxismo, eso de que en el socialismo no se da la lucha de clases y por el contrario, se da una sociedad igualitaria.
La gran decepción la tuve cuando vi que los altos dirigentes gubernamentales, tenían privilegios, vivían mucho mejor que cualquier ciudadano común y gozaban de grandes comodidades.
Al preguntar a uno de los miembros del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) el porqué de esa anomalía conceptual, me contestó: “Es muy difícil lograr la sociedad sin clases… a lo que más podemos aspirar es que la élite no logre acumular grandes cantidades de propiedades ni de recursos”.
Entendí con claridad que era cosa de tiempo para que el sistema sucumbiera, porque por las calles de Moscú, ya se empezaba a ver carros de lujo utilizados por los miembros de Politburó (Comisión política del Comité Central del Partido Comunista de la extinta Unión Soviética y de otros países de ese bloque) que pululaba por el Kremlin.
Acá, en occidente, los contrastes en materia social son muy notorios, porque la pobreza cabalga en los 4 jinetes del Apocalipsis sin que exista fuerza alguna que los pueda detener.
Ni modo, el sistema capitalista, tiene en sí mismo, el Darwinismo Social arraigado hasta el tuétano, dirían los tablajeros, donde “el pez grande se come al chico”.
Hoy está de moda contrastar.
Y las propuestas de los precandidatos a la presidencia de la República Mexicana buscan a toda costa convencer que sus propuestas son las adecuadas para atraer inversiones, garantizarlas desde el punto de vista legal y alentarlas aún más.
De eso se trata el mundo actual: adaptarse a las nuevas reglas que la globalización impone. El país que no lo entiende, se aísla y la pasa mal.
Los grandes inversionistas convergen en Nueva York. Ahí está el gran capital de arraigo y volátil que está dispuesto a invertir en los países que les garanticen el rendimiento de su dinero y la seguridad que interactuarán en el marco de un Estado de Derecho.
Andrés Manuel y José Antonio Meade fueron a Nueva York con los banqueros de Citigroup y de JP Morgan.
Sobre el primero, opinaron que no es tan cerrado como lo pintaron, pero que no se comprometió a respetar las reformas estructurales de EPN, sobre todo en materia energética. Eso les preocupó.
También dudaron de su plan fiscal, porque los sienten irrealizable por no decir, cargado al populismo. Aparte, insiste en detener la mega obra del Nuevo Aeropuerto de la ciudad de México, que pretende crear 450,000 nuevo empleos. Eso también les preocupó porque no sintieron seguridad de sus inversiones.
De José Antonio Meade opinaron que lo ven mesurado, conocedor del tema financiero y que les aseguró una amplia capacidad de inversión en el mediano plazo.
Y aunque asistió en calidad de Secretario de Hacienda, en vez de pre candidato, no obstó para hacerse sentir que provoca confianza y garantía para el crecimiento del país, lo que a la larga también les beneficia.
Lo importante de establecer contrastes, es que nos permite comparar el sentir de las personas, lo posible de sus propuestas y sobre todo, la confianza que generan.
De eso se trata la economía y el futuro de los países. La extinta URSS ya sucumbió por no seguir los conceptos del Marxismo al pie de la letra. Acá, es vital seguir los del Mercado. Aunque no nos guste.




