Los días acelerados por la tragedia que vive la Ciudad de México han conmocionado al país y al mundo donde se han dado actos de heroísmo y solidaridad que hacen temblar las estructuras de una burocracia empedernida y un liderazgo acéfalo incapaz de justificar sus imprudencias,
han sido los marinos y el personal de tropa los que han aplicado sus programas de auxilio a la población damnificada en grado de eficiencia y significación humanitaria.
Los políticos, la clase política, se ha visto atornillada, sin capacidad de actuación y el propio presidente Peña Nieto y el gobernador de la Ciudad de México se han visto rebasados por el fenómeno telúrico y han mostrado su incapacidad para afrontar la tragedia.
Para el Presidente Peña lo coloca en campaña política para el 2018, y en sus recorridos las arengas mitigan a una pobreza que no cree en las palabras y que esta desgracia los coloca a más pobreza, a más olvido.
Para gobernador capitalino, sus aspiraciones presidenciales se ven empañadas por circunstancias que la naturaleza prepara a los mortales.
Peña Nieto se mira disminuido y su rostro cadavérico, intuye a un hombre acorralado por su incapacidad para dirigir el país.
Su rostro no es el mismo, su pelo se nota pintado y su copete disminuido.
¿Qué le espera al país entre la violencia y el terremoto?
¿A qué tren nos subimos?
El temblor escala los temblores de los políticos. Los gobernantes ladrones, la pandilla de sinvergüenzas que ha gobernado al país que representan el terremoto inmoral más grande de nuestra historia.
Enaltece a los héroes de la calle.
A los miles de voluntarios, a los rescatistas de México y de muchos países que prestado su alma y corazón a México.
Esto es lo que cuenta, y que no se dice.




