Ayer mi ciudad cumplió un año más. Entre pañales de nubes y mantos negros de aguacero floreció la montaña madre que admira y resucita con el verde acariciado por el Sol.
Cuando regrese a Victoria volví a nacer de nuevo y sus encantos de niña mimada por intensas lluvias y olores a tierra mojada en silbidos de pájaros chinchos y azules con calandrias peinadas por el viento y la matraca de cotorras y cuervos burlones y de urracas locas habían desaparecido.
Los centenarios árboles habían muerto y la colonia de pájaros y pajarracos del Paseo Méndez desaparecieron.
Ya no había chance de chiflar los labios con las musas ni perseguir fámulas porque las maquiladoras absorbieron la fuerza de trabajo.
Uno de los árboles que se levantó con orgullo por más de 100 años, tal vez el más alto de la ciudad, en la hermosa casona del 18 Juárez de la familia de Don Carlos Palacio, ilustre tenedor de libros.. al adquirirla los Gómez Tejeda, el viejo árbol fue talado.
Mi memoria de niñez y juventud está plegada a la alameda que contenía los tres espacios fundamentales de nuestra niñez:
El estadio Marte R. Gómez, el parque Estefanía Castañeda (con la única alberca para niños y jóvenes) y el paseo Pedro José Méndez.
Provincia generosa donde los que llegaron se hicieron ricos y hasta millonarios.
Ciudad amable como la enmarcó Carlos Adrián Avilés que ha pesar de la violencia conserva brazos de ternura y amor para el estado y país.
Aire de provincia, porque «La Peñita» fue el elixir para los mangos, las guayabas, limón dulce, mísperos, ciruelas y moras que endulzaron nuestras bocas de amor.




