EXPRESO PARTE 2 DE 2
CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- El día en el monasterio de las madres adoratrices inicia desde las 6:15 de la mañana. Una serie de actividades y servicios religiosos se desarrollan en el transcurso de las horas: oración personal, alabanzas con cantos, la santa misa, el rosario y los exámenes de conciencia son el entorno para apoyar a la hermana que se encuentra adorando el santísimo sacramento en todo momento.
Al mismo tiempo de las ocupaciones espirituales, las madres adoratrices tienen sus labores domésticas del diario desempeño: limpian, cocinan, atienden la tienda del convento, fabrican elementos religiosos y atuendos litúrgicos de los sacerdotes católicos, se informan de las últimas noticias, conviven y hasta hacen deportes tales como natación, basquetbol y volibol. Y todo perfectamente cronometrado desde el amanecer hasta el crepúsculo.
Y contrario a lo que muchos pudieran pensar ejercen su derecho al voto en cada elección
Esta ha sido la vida que una hermana a la que llamaremos Mercedes ha vivido desde hace 19 años, cuando llegó del estado de Jalisco.
La monja relata su testimonio con orgullo y a la vez nostalgia.
Su ingreso al monasterio fue de lo mas peculiar, pues una serie de eventos fortuitos tuvieron que combinarse para que ella pudiera acceder a la bendición mas grande de su vida.
Ella nació y creció en un pequeño pueblo cerca de Guadalajara y según sus propias palabras, su infancia y adolescencia fueron etapas difíciles. Aunque tenia muchos amigos sentía un vacío que nada podía llenar; era una sensación indescriptible. Vivía apesadumbrada por una sombra de tristeza y soledad. Su carácter sumamente introvertido no ayudaba mucho.
Como suele ser la costumbre en estos pueblos, las muchachas se casan muy jóvenes aunque siempre en un ambiente muy formal.
Cierto día sus amigas la invitaron a un retiro vocacional. Ella no estaba muy convencida, pues su realidad en ese momento estaba muy alejada de los hábitos: tenía novio y un empleo.
Sin embargo, asistió al evento y su perspectiva cambió en un santiamén. Pidió informes y se acercó a una tía que compartió su entusiasmo. Ahora el detalle era explicar al papá de la joven Mercedes su inquietud por convertirse en monja.
“No te preocupes, yo hablo con tu papá, tú vé y arregla tus cosas”, le animó su tía.
Quien principalmente se hallaba emocionada, era la mamá de la joven.
La hermana Mercedes fue recibida en aquel convento y los primeros días fueron de mucho gozo. Entonces vino lo difícil. La orden que la había acogido se encargaba de atender a los enfermos lo cual la llenaba de felicidad, pero cuando éstos sanaban, era muy difícil despedirlos pues se hallaba muy apegada a ellos. Esa transferencia afectiva le empezó a calar hondo a Mercedes.
A pesar de que participaba en muchas otras actividades, ese detalle iba minando su deseo de continuar: decidió abandonar el convento.
La tristeza volvió a invadir a la joven Mercedes que se sentía mal consigo misma, al considerar que le había fallado a Dios.
Al vivir en un pueblo chico, todos la señalaba como “la que se salió de con las monjitas”. Fue una experiencia terrible que le acompañaba día y noche.
Un año después, ella salía cabizbaja de su trabajo, pero al levantar la mirada algo llamó poderosamente su atención. Era la Hermana Estela, que tras años de radicar en Ciudad Victoria hacía un viaje a Jalisco para visitar a su familia.
Una sensación electrizante la envolvió, como un disparo de adrenalina que energizó todo su ser. Corrió a su casa y llegó dando la noticia a su madre
– ¡Mami mami hay una religiosa en el pueblo y anda de rojo! – exclamaba la apenas adolescente.
– No hija, las monjas andan de gris – le corregía su madre sin saber que la hermana Estela pertenecía a otra orden.
– ¡Pues yo voy a investigar! – refutó Mercedes muy contenta.
A pesar de ser excesivamente tímida, la joven acudió al negocio que era propiedad de la familia de la hermana Estela y en un esfuerzo titánico venció su carácter introvertido y preguntó por la religiosa. Como pudo, concretó una cita. Eso le cambió su día.
– ¿Cuándo se va Madre? –preguntó ansiosa Mercedes.
– Me voy mañana – le planteó la religiosa.
– ¡Pues yo me voy con usted! – afirmó decidida la muchacha que ni siquiera sabía en qué lugar de mapa estaba Ciudad Victoria.
La hermana Estela felizmente apoyó a la joven Mercedes y se plantó frente al renuente padre de familia que no comulgaba con la idea.
No era una tarea fácil conseguir el permiso del patriarca esa noche, pero además de esto afuera de la casa estaba un personaje importante en la historia.
Mientras intentaban convencer al señor de la casa, la hermana de Mercedes le hacía señas con las manos: afuera el novio de la muchacha la esperaba y pedía insistentemente hablar con ella. Todo se ponía color de hormiga en aquel momento.
Mientras tanto la hermana Estela planteaba al papá las bendiciones que traería a la joven tomar el camino para convertirse en monja.
El papa levantó la mirada y pronunció la frase que cambiaría el destino de la jalisciense:
– Si ella quiere ir, que vaya –dijo el sabio padre, que no eligió un ‘sí’ o un ‘no’ sino que le dio total libertad a sus cortos 16 años de edad.
Todo estaba en marcha para que Mercedes iniciara su aspirantado para convertirse en Adoratriz Perpetua del Santísimo Sacramento.
Al día siguiente tomaban el camino hacia el convento.
La joven se despidió de su familia. A su entonces novio le dejó dicho que, si no regresaba en ocho días, mejor ya no la esperara.
Pero además la muchacha también tenía que dejar atrás el lugar donde creció y vivió por 16 años (ya lleva residiendo mas tiempo en tierras tamaulipecas que lo
que estuvo alla) una sensación de miedo a volver a fracasar, la presionaba así como diferentes asuntos sin resolver que dejaba atrás.
En el trayecto se encontraron a su papá. El hombre se negó a darle la bendición. Finalmente partieron.
Llegando a Ciudad Victoria se enteró de que las Madres adoratrices no abandonaban el convento, y se sintió aliviada de no revivir la experiencia anterior al atender a los enfermos.
Al principio fue duro, incluso pidió a su familia que no se comunicara con ella para aguantar esa sensación de extrañar a los suyos. En algún momento su salud se vio afectada y debió recibir tratamiento y años después una cirugía delicada. Nada detuvo a Mercedes en su deseo de consagrarse a Dios.
En el 2002 tomo los votos perpetuos y lo celebro en su pueblo, con los suyos, en un feliz festejo.
La hermana Mercedes, está hoy convencida de que Dios tuvo que reunir todas esas pruebas y situaciones para poder tener esta bendición que hoy comparte con los lectores de Expreso. Ríe y se emociona y no duda en cantar un salmo, sorprendiendo al caminante que se da cuenta de que la chiquilla introvertida y triste es solo un vago recuerdo.
La hora de los salmos inicia y se escucha el canto de las Hermanas en la capilla. Es hora de partir y permitir que las monjas continúen con su tarea encomendada: adorar perpetuamente al santisimo en su matrimonio con Dios.
Esta vez no fue suficiente Pata de perro por el dia, pues siempre será reconfotante saber que aún hay tan buenas noticias que compartir.