Enrique despidió con un abrazo a los invitados a la cena y caminó con el oficial del Estado Mayor siguiéndole los pasos a su recámara. Después de desearle buenas noches al militar, se metió a su habitación y se quitó los zapatos. Llegó ante el lavabo y vio su rostro que reflejaba un cansancio natural después de un arduo día de trabajo. «Llevo más de 15 horas despierto», pensó para sí. «A cualquiera le hace efecto». Un vez que terminó de asearse la boca, se metió entre las sábanas de franela y se tapó hasta el pecho. Acomodó su cabeza en la almohada y le gustó haberse puesto el pijama de seda para no sentir tanto calor.
Pensó en la declaración de su amigo más cercano y emitió una leve sonrisa. «Bueno, en realidad no quiso hacer daño y no puedo proceder por un acto exclusivamente emotivo. Han sido mucho más los servicios que le ha hecho a mi gobierno y a mí en lo particular durante tanto años que llevamos juntos, que lo único que me queda es entenderlo y disculparlo».
Se quedó pensativo y luego se preguntó si los invitados a la cena se retiraron tranquilos. «No quiero que me pase lo que le pasó a Carlos, que a pesar de haber conducido férreamente su gobierno, terminó cuestionado y muy desgastado», pensó preocupado.
Le inquietaba poder resistir las opiniones y consejos de todos aquellos amigos y colaboradores que se empeñaban en aplicar la fuerza de la institución en la toma de decisiones. «Son tantos los que sugieren que sea duro, que caería en una crueldad innecesaria. Eso me haría odioso», pensó.
«Creo que haberles dicho que sólo uno de ellos puede ser el candidato y pedirles lealtad al partido, lo entendieron bien y a final de cuentas, hablarles con la verdad y derecho, también, creo me dará buenos resultados. Lo siento por Miguel, pero le di toda la cancha para que se moviera a su gusto y tuvo todo para ser. Algo pasó. Eso de usar la perversidad en la política es algo que ya no funciona».
En ese momento, interrumpió sus reflexiones y se incorporó para tomar dos aspirinas del cajón de su buró con un poco de agua para evitar que le fuera a dar un dolor de cabeza por la mañana y se volvió a acostar. Reconoció que más que sentirse cansado, se sentía inquieto por los acontecimientos que pronto vendrían.
«Nunca dejé de recibir quejas de sus compañeros de gabinete sobre el maltrato hacia ellos y eso de sostener relaciones más cercanas con los gobernadores de la oposición que con los de nuestro partido le costó un alejamiento con todos. Ni modo. Lo aprecio, pero dejarlo a él, es arriesgar el triunfo».
Se acordó del gesto de sorpresa en los rostros de sus invitados cuando les comunicó el motivo de la reunión. «Creo pensaron que los convocaba a una junta de trabajo. Al igual que yo, deben estar muy intranquilos. La semana que entra es la decisiva porque tendré que definir quién es el bueno. Que decisión tan difícil!», reflexionó contrariado. «¿A quién le diga que no será el elegido, me perdonará de verdad no haberlo escogido? Pienso que la misma actividad
política será la culpable que dejemos de ser amigos el resto de nuestras vidas».
A los 7 días, por la mañana leyó en la agenda que cenaría con esos mismos colaboradores. Percibió una fuerte sensación de incomodidad. En realidad tenía
ganas que no llegara la noche porque en el fondo sabía que su decisión enfriaría la relación que tenía con ellos. «¿Cuántos de estos me buscarán cuando termine el sexenio?», se cuestionó.
Durante todo el día pensó en cuál sería la manera más sutil de comunicarles su resolución. La experiencia de Carlos le daba vueltas y vueltas en su cabeza
y quería alejarse de ese tipo de situaciones. Ya por la noche, había decidido comunicarles uno por uno y a solas su determinación.
«Acepto que el más complicado será mi amigo Miguel, por haber sido el primero de todos los miembros del gabinete en jugársela conmigo, pero en fin, eso ya pasó», pensó al extender sus brazos para iniciar la ronda de abrazos que por protocolo político se daban entre ellos.
Terminó la faena cansado, fastidiado y con ganas de olvidar la cara de su amigo Miguel cuando le comunicó lo que sabía ya se imaginaba. Durante varios días, los medios de comunicación lo habían atacado a mansalva y esto dio a entender que no sería su sucesor.
Al otro día, él mismo anunció los cambios en su equipo de trabajo. Al terminar el evento, empezó a sentir la soledad que sabía iría creciendo conforme se acercara la fecha en que dejaría el poder.
La neurodermatitis empezó a presentarse, las noches se hicieron largas y tediosas y le empezó a sobrar tiempo.
«Ni modo. Así es esto», pensaba al ver en la televisión las muestras de cariño que recibía el candidato de su partido que él había escogido.
Y sí, añoró esos tiempos.




