Cierto, muy cierto: La tecnocracia, la cofradía que detenta el poder real del país desde 1982 cuando Miguel de la Madrid (padre político de Carlos Salinas de Gortari) se apoderó de la presidencia de la república, es el grupo dominante del escenario político nacional.
Desde entonces, ‘Los Tecnócratas’ han impuesto, tanto por la vía de la persuasión mediática y por la ruta de la fuerza política, sus ideas y sus creencias económicas, sustentadas en las tendencias dictadas por la globalización, fenómeno social cuya existencia es más real que nunca a partir de la interconexión instantánea alcanzada a través de internet y el constante flujo de mercancías (y personas) en el contexto de innumerables tratados comerciales.
Esa clase política dominante, que construyó su visión ideológica en las universidades del Primer Mundo (Estados Unidos y Europa Occidental), impuso durante los últimos 35 años (seis sexenios) la ruta económica (y, por consecuencia, política) de México.
Desde el poder presidencial, ejercido a veces por el PRI y en otras ocasiones (la anhelada transición democrática que, por diversos motivos, se quedó sesgada) por el PAN, la tecnocracia dictó las reglas del juego: alcanzar una supuesta estabilidad económica, la que entró en ‘shock’ de manera cíclica (con los priistas, los finales sexenales se convertían en una auténtica película de ‘terror’).
El problema de la visión tecnocrática neoliberal es que está fundada en las ‘verdades’ que imperan en las sociedades del Primer Mundo. En otras palabras, las necesidades, demandas y exigencias de naciones como México (que forma parte de eso que llaman Tercer Mundo) son muy distintas a las que privan en Inglaterra, Francia o Estados Unidos.
Se puede afirmar que los tecnócratas han fallado desde el punto de partida, desde lo más elemental: el diagnóstico de lo que necesita el país para resolver sus principales problemas, como lo son la educación, la pobreza (extrema) y la economía de las familias (tan vapuleada durante 35 años del ejercicio neoliberal con la pérdida brutal de su poder adquisitivo), sin olvidar la aguda problemática de la inseguridad pública.
A pesar de todas las equivocaciones cometidas a lo largo de tres décadas y media, los tecnócratas, personajes que estudian en las consideradas ‘mejores’ (así, entre comillas) universidades del planeta, se niegan a abrir los ojos a la realidad económica y social de México. El error en el que caen no tiene que ver con la inteligencia, sino con un pecado capital: la soberbia.
Es la misma soberbia que los ha llevado a tratar no sólo de mantenerse en el poder, sino de recuperar en la elección de 2018 ‘La Silla del Aguila’, la que tuvieron durante los sexenios de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. Luego, a lo largo de tres mandatos que incluyeron la alternancia
blanquiazul y el regreso del PRI (arcaico de Atlacomulco), dictaron línea desde la siempre poderosa Secretaría de Hacienda y sus áreas de influencia.
La tecnocracia, encabezada en términos operativos por Luis Videgaray, supuso que con la designación (imposición) de José Antonio Meade Kuribreña (que confirma la existencia de los acuerdos entre influyentes corrientes de las élites del priismo y del panismo) como candidato de la vetusta estructura denominada Revolucionario Institucional trazarían la ruta hacia el triunfo electoral en 2018.
Las primeras encuestas los han desmentido: El ex pentasecretario no pudo siquiera alcanzar el segundo lugar (en manos del combativo y controvertido panista Ricardo
Anaya) en el sondeo publicado por el periódico Reforma, mucho menos se pudo acercar a Andrés Manuel López Obrador, el (populista) adversario a vencer en el proceso electoral del próximo año.
Por si faltara algo, ‘la comentocracia’ recibió con duras críticas el ungimiento de José Antonio Meade bajo la desgastada parafernalia del esclerótico y añejo partido tricolor. La tradicional pirotecnia del priismo en el escenario del ‘destape’ sirvió de poco en el arranque de una campaña que pretende vender la idea de que, ahora sí, las cosas van a cambiar (algo que prácticamente nadie cree).
Lo que sucedió la semana pasada no es otra cosa que los límites y los obstáculos que enfrentan ‘Los Tecnócratas’. El grupo dominante, ante tantos errores cometidos en el manejo económico y político, opera en esta ocasión con un reducido margen de maniobra, el cual está a punto de reventar.
Además, la tecnocracia enfrenta a los grupos de presión, dispuestos a incidir en la decisión que, en un momento de la campaña electoral, deberá tomar la élite: A quién apoyar con todo (el candidato del PRI o el aspirante del Frente Ciudadano por México) para tratar de impedir la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la república (existe una alta posibilidad de que el escenario de 2006 vuelva a repetirse).
Inmersos en su visión económica y entrapados en su propia soberbia, Luis Videgaray y su grupo tecnocrático han olvidado leer e interpretar un libro esencial para entender la fragilidad que registran hoy en día los gobiernos, las grandes corporaciones, los ejércitos y hasta las religiones con extensas burocracias: ‘El Fin del Poder’.
‘Son los micropoderes: actores pequeños, desconocidos o antes insignificantes, que han encontrado formas de socavar, acorralar o desmontar a las megapotencias, esas grandes organizaciones burocráticas que antes dominaban sus ámbitos de actuación’, escribe Moisés Naím, autor de uno de los libros más reveladores de los últimos años en materia sociológica.
El escritor venezolano expone: ‘Los micropoderes están bloqueando a los actores establecidos muchas oportunidades que antes daban por descontadas. En ocasiones, los
micropoderes incluso llegan a imponerse a los actores largamente establecidos’.
‘Los Tecnócratas’, grupo que ha dominado la escena política y económica durante 35 años, estarían a punto de perder el poder que detentaron. Otras fuerzas, ‘actores
pequeños o antes insignificantes, que transitan por la izquierda o por la derecha, podrían arrebatar a la tecnocracia, por la vía de las urnas, la silla de Los Pinos.
Definitivamente, ‘Los Tecnócratas’ (Luis Videgaray, José Antonio Meade y compañía) la tienen muy difícil en 2018




