CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- ¡Ya estás chocheando! Le suelen decir a aquel que ha llenado el morral de años y experiencia que estalla en las sienes en forma de canas.
Y cómo no, si es en el otoño de la vida cuando los “cabecitas blancas” asemejan a la bella y comestible flor que crece en el monte tamaulipeco y muy especialmente en los alrededores del trópico de cáncer.
Es a principio de año cuando las calles aledañas al mercado Argüelles se pintan de blanco, o como diría Chalino Sánchez, llegaron “Las nieves de enero”.
En autos, camionetas, triciclos, carretillas y hasta en morrales a cuestas llegan a ofertar su cargamento los vendedores de chochas.
Uno de ellos es don Gonzalo, que desde hace más de una década se dedica a ir al despoblado, armado de un ganchito y costales para traer su preciado cargamento.
A bordo de su carro Neón ’95 se traslada cada tres o cuatro días a la zona cercana al aeropuerto para tumbar de 20 a 30 pencas.
Sorteando las víboras y alimañas (especialmente las de dos patas) desde el mediodía se dedica a cortar las preciadas flores para que a la mañana siguiente estén a la venta fresquecitas.
– La cosa es saber a donde ir y a donde no –dice don Gonzalo- ahí se va uno pasando el tip. El otro día vino un señor que decía que antes le gustaba ir a cortar chochas al monte, pero en una ocasión que fue, se encontró una manada de jabalines y traiban crías chiquitas… y se le ocurrió agarrar uno… ¡no’mbre! Cuenta que empezó a chillar y se le alborotaron los demás… se dejaron venir todos los jabalines y se le fueron encima… dice que de la friega que le acomodaron quedó así nomás tirado. De pura suerte que paso alguien por ahí cerca y se lo llevó al seguro –relata Don Gonzalo así como se lo contó aquel hombre.
Así como Don Gonzalo, hay otros vendedores que le apuestan todo a la venta de chochas. En la esquina del Seis Hidalgo hay otro personaje urbano que desde temprano ofrece a los
marchantes su blanco tesoro. Los demás comerciantes lo conocen como “El soldado”. Chaparro, bigotón y patilludo y con “la mecha muy corta”.
“El soldado” trae chochas de las moradas (de las de Padilla).
– Yo traje muchas ayer y ya vendi, pero me gasté una “milpa” porque me ayudaron… le pagué quinientos pesos a un ayudante. Yo solo me llegó a traer unas treinta o unas cuarenta… pero es cosa de andar en friega todo el día.
Son apenas las 9 de la mañana y a pesar del fresco “El soldado” ya trae el paliacate mojado de tanto sudor. Como el Caminante no le compra su mercancía el comerciante opta por ocuparse en la vendimia.
En el cruce del 7 Juárez está Don Sebastián, cantando sus ofertas en frutas y legumbres y por supuesto las riquísimas chochas. A un lado de él, un señor muy ancianito pero de
excelente humor anuncia el ofertón de cajas de cerillos: “¡Todo de remate, todo de remate bara bara bara bara!” grita muy emocionado.
-No’mbre la chinga no es pa cortarlas, sino pa’ acarrearlas entre el monte… y luego no las quieren pagar las quieren regaladas –dice el vendedor.
-¿A cuánto las flores de panteón? –se escucha una voz conocida. Es “El soldado” que ha venido a pepenar las chochas ya “medio tristonas”: comprarlas baratas y venderlas mas caras.
-¿Pos cuántas quieres compa?- le responde Don Sebastián – a treinta las que te gusten si te vas a llevar varias ya sabes.
-Están muy gachas –dice el Soldado.
-‘Tas más gacho tú y aquí andas.
-Te las pago a veinte.
-¿Cómo que a veinte? si yo las pague a veinte, no’mbre.
“El soldado” hace una mueca y al voltear observa a un señor con un morral en la espalda cargado de chochas. Cuchichean por unos minutos y finalmente efectúan la transacción. El señor del morral, a quien llaman “Don Pablo” está contento de haber vendido ‘de un solo jalón’ todas las chochas que traía, y “El Soldado” ya tiene mas para revender.
Tambien en el 7 Hidalgo se exhiben las pencas de chochas en todo lo alto del puesto, ademas de las bolsas de tomate/cebolla/chile, y a las de elote desgranado con calabacita picada, que completan la estampa junto al frijol negro, peruano, bayo y el chile de monte, pajarito, puya, tomatillo junto a la verdura picada para el consomé, creando un arcoíris
de legumbres
A un costado de la Catedral de Nuestra Señora del Refugio hay tres mujeres limpiando nopales y vendiendo pemoles, estafiate y chochas. Son Juanita, María y Jacinta.
Las señoras platican sin quitarle el ojo al changarro.
De mirada escurridiza, Doña María prefiere concentrarse y no intervenir en la conversación y se aplica a separarla flores de la penca de chochas para venderlas embolsadas mientras que Doña Juanita con marcada destreza le quita las espinas a los nopales con una navaja.
Señoras copetonas y otras medio greñudas suben y bajan de camionetonas que se estacionan en doble fila con el único fin de comprarle a estas tres mujeres su mercancía. Las chochas son el principal atractivo del improvisado pero ya consagrado puesto.
Pero saber escoger las chochas es solo la mitad de la faena.
Doña Jacinta está convencida de que para preparar las chochas y que no queden amargas hay que tener “Buena mano”.
El Caminante sabe que si hay un lugar para obtener la receta correcta para preparar chochas, es en los comedores del mercado Argüelles.
Y es en el Comedor “Lupita” orgullosamente nombrado como su dueña, donde el Caminante recibe el secreto para que las chochas no queden amargas.
-A mí nunca me quedan amargas –dice Doña Lupita mientras sirve un plato de bistec ranchero, arroz y frijoles –¡amargas no se las comen! Es que la gente que le quedan amargas es porque le echan el “cabito” de adentro, ese hay que quitárselo pues eso es lo que amarga por eso se debe usar “la pura florecita”.
La experimentada cocinera aclara que tampoco se deben de cocer en agua “así como van directamente al sartén pues ya cocida agarran otro sabor”, revela.
Doña Lupita se pone a las órdenes del Caminante y le recuerda que el día que desee, ella prepara las chochas que le quedan muy ricas.
La forma de guisar las chochas es del tamaño de la imaginación del tamaulipeco. Hay quienes las mezclan con carne de puerco, tocino, jamón, con nopales, jacubes, y hasta con camarones.
Lo mejor de todo es que esta flor la regala el campo como una ofrenda silvestre a la gastronomía tamaulipeca. Mezquino sería ponerse a regatear con los vendedores de chochas sabiendo lo cansado y hasta peligroso que puede llegar a ser el trabajo de recolección. El Caminante se despide de la zona del mercado portando un suculento antojo de chochas en salsa roja. Suficiente pata de perro por este día.