Estos soles nos han caído como anillo al dedo. Bueno, todos tapamos el sol con un dedo como decían los antiguos, pero si nos cubrimos con la cobija de los pobres y el sol ha llegado en estos días con su cala en la espalda con su apertura en la frente y con la testa en alto.
Es que el Rey Sol es el totalizador de este universo que está a nuestra cabeza y que irradia a la mente de todos, un sol de Tamaulipas que cuando quiere sonarnos en la choya nos deja mareados.
Este sol de febrero es agradable y permite darnos una rascada de espalda y cabeza. El sol aviva y es un dulzura sentarse en la banqueta para gozar los rayitos de sol de la mañana para disfrutar a la ciudad que ha dejado de ser barrio.
Los pronósticos dicen que seguirá el calor y que sus fauces de fuego serán benévolos. El solecito es una invitación al coqueteo, a la buena platica, a mirar el cielo, a quemar pestaña y dejar que las sombras se hagan buenas.
Porque la sombra sale del sol y nos persigue por donde quiera que vamos, y nos vigila como se vigilan a los candidatos presidenciales.
He gozado este sol que baja lentamente y hace pasear con nuestra sombra, esta sombra del desempleo, la inseguridad y la tragedia. Las sombras que el sol no propicia pero que vagan como locas por todos lados.
El sol, el astro rey, aquí con nosotros acariciante, rasura con sus mandíbulas de fuego, nos sentirnos libres y dibujar a la ciudad en sus silueta de cosas buenas y de esperanza. Bendito sol, la cobija más popular del mundo.
Lo miro desde que llega mi ventana y busca por el resquicio de las ramas en el árbol de hermosa fronda del patio de la casa y que va marcando segundo a segundo las fronteras de la luz.
Un sol que recorre nuestros cuerpos como un paso veloz sobre el almíbar de sentirnos en la nostalgia de los años, estos años que son otros y que nuestros hijos miran diferente. El sol amigos, amigas, también marca las arrugas en la frente y abre el corazón amoroso todos los días.