No sé, creo que ya me estoy haciendo viejo porque como canta Roberto Carlos “ahora ya camino lento”.
Y es que nuestros tiempos de Tarzán, hombres mono, acabamos bien monos pero con los pies navegando y con altibajos hemos mordido el polvo en banquetas y calles.
Dicen los que estudian al cocoliso, que los viejos gustan de tener mascotas para pasarla más tranquilo. A mí no viene el saco, porque en casa papa, Don Pancho, le gustaban mucho las mascotas entre perros y uno que otro gato.
Los perros no eran de paja como la película de Dustin Hoffman, eran perrazos bravos que cuidaban nuestro amplio patio, que junto al de Los Gojón hacían un gran campo de futbol casero.
La Deoly, era hermosa perra moteada que duró 17 años, la misma edad de mi hermana Esther. El Choco, un perro rápido y furioso que mordió nalgas y trompas del barrio. Chuchena bien lo sabe, pues le mordió el cachete.
Mi papá le dio Matarile, al perro claro. Los perros en casa eran queridos y amados, verdaderamente amores perros. Entonces no había bardas, eran cercas de palo y las puertas de las casas permanecían abiertas hasta muy noche. Había confianza, no había ratas como ahora y la gente muy buena.
La pequeña ciudad invitaba a la confianza, a compartir los sagrados alimentos de manera tal que gozábamos los privilegios de la comida casera.
Los limosneros no eran como los de hoy que son unos fantoches, imitadores de la necesidad. En verdad eran pordioseros que pedían “un taco”.
Cargaban su itacate de todo tipo de comestibles y eran felices, o al menos rechinaba la panza.
Las mascotas, perros famélicos y pulgosos, otros como los nuestros que comían de todo, lucían encantadores. Perros y perras juguetonas que nos daban terapia de sentimientos, de calor perruno en tiempo de frío y guardianes de banqueta y patio.
Hoy a las mascotas les dan su baño y los desparasitan, los inyectan de todo, los peinan en boutique y toda la cosa.
Una de las familias más rancias de Victoria era la de don Carlos Palacio, originario de Tampico, eran muy alzados, tenedor de libros que tenía una gran biblioteca en su hermosa casa en el 18 Juárez, esquina. Contaban con dos perros guardianes, a los cuales les erigieron dos magníficas tumbas y lápidas con el nombre y fecha de nacimiento y muerte.
Ya platicaremos de esto, en próxima entrega.