A medida que pasan los días me doy cuenta que vivimos un sexenio de gelatina. Un gobierno acomodado en los recipientes.
De las mentiras y los falsos elogios de los éxitos del poder, desde las inversiones millonarias hasta la entrega absoluta de nuestras riquezas naturales al extranjero.
Son éxitos cantados y celebrados por los magnates favorecidos por estas cantaletas del poder de un gobierno bien peinado y glostorizado en la demagogia y la mentira.
Los días pasan y pronto este sexenio tan festejado por la televisión que miraba en el régimen de Peña Nieto un personaje de telenovela se apaga en su soberbia y el desatino político.
Error tras error, pena tras pena en los descalabros políticos, en los engaños de empresas, en el odio recalcitrante al cambio, y en la fiesta de los millonarios contratos de las poderosas compañías. En cifras somos campeones de millones de dólares de capital extranjero en México, y en cifras somos una manada extraordinaria de pobres que reciben su vale de subsistencia.
El candidato oficial, Meade desfila por los foros cerrados del país, su mirada es bonachona y su verbo oscuro.
Es un candidato idóneo para cuidar los intereses en turno, negociar con los acaparadores del poder, hacer leyes e iniciativas para proteger a los sonrientes políticos corruptos.
Es el candidato del miedo, el terror de pensar estar tras las rejas, el temor de ser juzgados con la misma moneda.
Los días caminan lentamente y el fin del sexenio que sedujo a un pueblo de buena voluntad y que acaparo la atención de las revistas frívolas como Hola, ya se va en la nave del olvido.
El pueblo no es tonto, sabe que los corruptos pueden ir a la cárcel. Hay un dispendio escandaloso del dinero público. Un otorgamiento descarado de riqueza para familias de la elite.
Miles de maestros sin trabajo, decenas de hospitales que no se construyeron, carreteras olvidadas, estudiantes abandonados.
Préstamos no pagados, un gobierno que olvidó a su pueblo en las promesas grotescas y fantoches como burla sexenal.