Un hombre puede morir y nacer de nuevo en las instalaciones maravillosas del Universo. Unidos como semillas prendidas a los campos fértiles de la imaginación, los tejidos cerebrales se dispersan con el viento solar.
No sabemos a dónde van a parar, pero sí el tiempo que marcan a su paso en las estelas que desfilan interminablemente.
El cerebro humano está enraizado en la tierra pero sus antenas se mueven en el espacio como linternillas que viajan de una flor a otra en un espacio sin fronteras.
La muerte del científico Stephen Hawking es una revelación del saber humano, una semilla en los campos grises del pensamiento donde el cerebro gravita en los surcos celestes.
Su muerte física es la contemplación de su existencia espiritual en las mentes y corazones de los espacios del mundo.
Un cerebro cuyos tentáculos pescan las entradas de los agujeros negros y cercan a los guardianes de una inteligencia no reconocida.
Tentar, es provocar, como un supremo pulmón que irradia lo conocido y desconocido de nuestro pequeño universo humano donde somos esa semilla que se junta a millones de otros mundos.
Buscar para encontrar, tentar para acariciar las partículas irreconocibles del Universo que podemos mirar pero no saber.
Los Agujeros Negros son las mangas de mago en un circo de muchas pistas, observamos algunas de ellas pero imposible mirar a todas.
Stephen Hawking, nos llevó a esas puertas, ventanas, donde los centinelas astrales no permiten entrar, donde la mente humana se queda en el umbral.
Su muerte no muerte es la riqueza de la vida. El cerebro es una máquina de perfecciones más no perfecta porque está unido a las razones, sentidas del corazón.
Un hombre discapacitado y capacitado súper notable de un mundo en que nuestras imperfecciones acarrean a la burla y la belleza del dibujo perfecto anatómico que crea las vanidades humanas.
El cerebro es una nuez, dividida en la derecha e izquierda del Universo.
Dónde está Dios en este esquema del pizarrón de la noche.
Entre el día y la noche, entre los hemisferios cerebrales y la corteza que nos lleva al pensamiento. Dios está allí, en algún agujero negro, esperando paciente a la llegada de ese hombre, que nos representa como semilla en un viento cargado de energía.
La muerte y no muerte del extraordinario científico nos acerca a mirar al mundo en los planos invisibles de la poesía. Ese universo de palabras que son los murmullos de la tierra.
Arrojados por el viento magnético de la estrellas.
Porque la existencia es la fertilidad en la tierra negra por la lluvia. Tal vez venga de los agujeros negros que pueblan al Universo de millones de millones de ojos que nos miran.
En silencio, porque la luz, es un lenguaje del silencio y está en el cerebro humano como un instante de Dios. Morir y vivir, parece ser la paradoja en un sistema de cerebro y corazón.