CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Los automovilistas empiezan a desacelerar y las luces rojas de las calaveras se encienden como luciérnagas. Más de uno al volante muestra su irritación al ver el motivo de la interrupción: el ferrocarril haciendo maniobras.
El ruido del metal crujiendo se escucha a cientos de metros.
La molestia es general, incluso no falta el que tiene el atrevimiento de reclamar a los ferrocarrileros. “¡Quita tu chingadera!” “¡Apúrenle carajo!”. El empleado de Ferromex no responde y sigue haciendo su trabajo, no porque no le desagrade o no conozca las palabras para poner en su lugar al que lo insultó, sino por educación.
El episodio suele ocurrir con más frecuencia de la que el lector pudiera imaginar.
Casi siempre al hablar del ferrocarril, la plática se vuelve nostálgica y los que conversan suelen sumergirse en recuerdos de cuando se viajaba envuelto en el folclor de antaño. Desde los apurados trayectos para no perder el tren, los bocadillos que se podían degustar en cada estación, como chiles rellenos, pemoles, carne seca, enchiladas, tacos, tamales y hasta “chupe” (por debajo del agua, claro), los amoríos que nacían en el trayecto y hasta los relatos de aquellos que se aventuraban a “viajar de mosquita” escondidos en algun vagón de carga que contenia desde semillas, fertilizante, madera, materiales de construcción, el correo y hasta hielo.
No falta quien haga memoria y describa a las tripulaciones de hace treinta o cuarenta años. El precio de los boletos y lo seguro que era el trayecto. Muchos aún tienen en su mente la imagen del maquinista y el garrotero, así como el ruidoso pitido de la máquina y el clásico “¡Vaaaamonooosss!”.
Pero los tiempos han cambiado.
Con la desaparición de “Nacionales de México” la concesión de las vías férreas fue obtenida por la empresa Ferromex de capital privado. Por cincuenta años les fue otorgado el permiso para transitarlas desde finales del siglo XX.
Con ello terminó la era del “servicio mixto” es decir, carga y pasaje.
Hoy en día el ferrocarril que escuchamos transitar por Ciudad Victoria es únicamente de paso. Parte desde Altamira con destino a Cadereyta y en algunas estaciones puede dejar, agregar o intercambiar vagones de carga.
El Caminante se lanzó a echar una platicada con los ferrocarrileros que tienen su residencia en esta ciudad.
El personal que labora aquí consta de una veintena de trabajadores divididos en dos cuadrillas, una que se encarga de darle mantenimiento a las vías y otra dedicada exclusivamente a los puentes.
Aparte de eso existen dos camionetas “exploradoras”, son pick ups con llantas especiales para circular sobre los rieles que seguramente el lector ha visto alguna vez. Estas unidades suelen ir diez kilómetros adelante del ferrocarril (especialmente cuando lleva alguna carga de alto riesgo como químicos o combustibles).
El mayordomo (o sea el que manda galleta) de la cuadrilla dedicada a los puentes es don Juan Abelardo Delgado, quien desde 1983 se dedica a esta profesión.
Don Abelardo explica que aunque la figura del ferrocarril viene envuelta en nostalgia, es muy difícil que deje de existir. ¿Porqué? Porque un solo tren puede llevar la carga de mas de cien trailers (suele llevar hasta 120 vagones) y es operada por una tripulación de solo tres personas: el conductor, o encargado del tren, que es como un capitán que da las órdenes o indicaciones necesarias para guiar el ferrocarril; luego está el maquinista, que es quien mueve cada palanca o botón por instrucción de su jefazo, y opera el tablero de la unidad (todo suele ser electrónico, ya no es como en las películas de antaño donde solo había manivelas y engranes oxidados o llenos de aceite.) y por último el garrotero, que es quien suele bajar del ferrocarril para hacer cambios de vías o movimientos necesarios (al agregar o desenganchar vagones). Incluso el tren actualmente lleva una maquina en medio para darle más potencia.
Al llegar a Ciudad Victoria, el ferrocarril tiene dos tramos en los que hace maniobras, uno es cerca de Pemex, antes de llegar al libramiento Naciones Unidas y otro al norte pasando el mismo libramiento.
En la mancha urbana el ferrocarril tiene pautas o reglas específicas para ser conducido, cada velocidad o parada que llegue a hacer, es registrada por una computadora y monitoreada desde el estado de Jalisco por los superiores: Tanto acelerar, frenar y hasta pitar esta perfectamente cronometrado, Así que al momento de circular por las calles de Victoria hay instrucciones precisas para todo.
Realmente el tren pocas veces se detiene, así que si necesitan llevar por ejemplo un lonche, piden que los compañeros de Victoria les hagan el paro y compren unos 300 pesos de tacos y unos chescos y así, prácticamente en movimiento el ferrocarril pasa y toma la ‘botana’ de la mano de otro ferrocarrilero que los espera a un lado de las vías.
La tripulación de cada tren está capacitado para realizar movimientos de arrastre, cambios de vías, tramos autorizados, tráfico, velocidad permitida para cada tipo de carga, señalización, incluso la manera de organizar los vagones está planeada (góndolas de carga, cisternas, tanques, etc.)
Las cuadrillas al realizar el mantenimiento coloca banderas para advertir del estado de las vías (verde amarillo rojo etc) para que la máquina sepa cómo proceder, que velocidad tomar o en su caso, frenar.
Un mal día para un maquinista es cuando se enfrentan aun descarrilamiento o algún deslave en la sierra.
Hay un reglamento de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, que dicta la manera en que la carga del tren debe ser organizada. Por ejemplo líquidos inflamables o explosivos no deben ir contiguos a sólidos inflamables (por ejemplo madera) para que en caso de un impacto se reduzcan el riesgo de un incendio o una explosión. En medio de cada carga van vagones a los que llaman “colchones” para evitar siniestros.
Los ferrocarrileros fueron contactados por el caminante casi casi de chiripa pues continuamente circulan en el ramal comprendido entre las estaciones de Altamira, Victoria, Monterrey, Torreón, Piedras Negras, Ciudad Acuña y puntos intermedios como Calles, Rosillo, Cuauhtémoc, González, Santa Engracia, Garza Valdez, Benítez, Linares, Montemorelos, Vaqueros, Morales y Cadereyta.
Al momento de la charla se encontraban concentrados en los patios de la antigua estación pues su vehículo está siendo reparado.
De ocurrir un accidente los ferrocarrileros tienen un prontuario para saber cómo reaccionar, un catálogo con el símbolo de cada carga y el procedimiento para acordonar el área afectada por el derramamiento de algún liquido peligroso.
Actualmente en la mancha urbana hay varios puentes a los cuales la cuadrilla comandada por don Abelardo le da mantenimiento. Uno de ellos es el conocido “desnivel” por la calle Juárez. Curiosamente no es el tren quien causa desperfectos sino la población que se roba los tablones… luego hay quien en la oscuridad pasa por el sitio y termina dándose un buen chingadazo porque se le acabó el piso.
Los cruces de las avenidas con la vía del ferrocarril es todo un tema, porque técnicamente es la vía federal quien le concede al municipio el paso y por consiguiente es la alcaldía quien debe darles mantenimiento (rellenar o pavimentarlos, así como la señalización necesaria).
Definitivamente el oficio de ferrocarrilero dejó de ser una chamba empírica para transformarse en una tarea profesional, no solo arriba de la máquina, sino también en las tareas periféricas como mantenimiento y asistencia.
El Caminante se despide de los amigos ferrocarrileros no sin antes admirar la interminable vía que asemeja a una enorme escalera tirada en el piso. Demasiada Pata de perro por este día. ¡Juímonos!