Mientras se camina sobre las sombras que bambolean las frondas de los árboles entre el bullicio de la gente la música conmueve los sentidos en todas las direcciones. El cielo parece nublarse y el azul se oxida en la neblina que bordea a una posible lluvia.
La tarde en la plaza, la singular Plaza de Juárez recolecta a los últimos visitantes de la tarde para volver con los nocturnos, los viejos que algunos nominalistas les llaman de la tercera edad.
El perfume de las muchachas se diluye, y las alforjas de las abejas de poca miel cargan en una plaza que ha perdido sus flores.
Sin embargo, la vieja plaza sigue siendo el mosaico de las mayores procesiones públicas. Nuevas caras, niños que jalan sus manitas para alcanzar a personas desconocidas, juegos en bicicleta y automóviles eléctricos que generan los sueños arrancados de las películas de ficción.
Nosotros somos hijos de las películas de vaqueros, de los episodios de la guerra donde los americanos salieron triunfantes, hijos del cine mexicano de héroes del ring, boxeadores y gladiadores del pancracio, nuestra cultura viene de la radio XEW y la XEQ de México, se forjó en las noches de la XET de Monterrey y la KGV de Harlinghen, Texas. Una cultura de misterio y de héroes campiranos y amores del Bajío. La Plaza de Juárez, el Cine Alameda, el Avenida, el Cine Obrero que nos acompañaba con el cielo de estrellas de Victoria. El Obrero y el Alameda, los dos cines terrazas donde nuestros padres se besaron y juraron amor eterno.
La plaza ha cambiado. Una generación de rostros que desconocemos y la populación de las clases sociales nos hace ver un mundo distinto. Si se observa ya no llegan las antiguas familias. Muchos ya palmaron, o aplastaron el cencerro. Y los hijos de esas castas han tomado rumbo a la zona dorada del 8. Es la Calle 8, la que ha recogido a los añejos ricos, los herederos, la nueva clase pujante que hizo los grandes negocios con los gobiernos en turno. Esta clase feroz, que ya no va al Casino y busca en el Campestre, en los antros, restaurantes Made in USA, las portadas de Mc Allen y Monterrey para descansar el discurso, alejarse de las áreas pobres de la ciudad, ya por vanidad, ya por seguridad. Son los hijos de los viejos ricos e hijos de los ricos de las novedades políticas, y la corrupción placentera. Los juniores que con poco esfuerzo les costó vivir esta riqueza. Una ciudad vacía, en el centro, una población flotante que se divierte con la música y se pierde en el anonimato de la ciudad de ayer. Un ciudad que perdió “su espejo diario” como escribió el poeta Jerezano.